Revista Mía

Diana de Gales, la pesadilla de Isabel II

Diana de Gales, un bello icono con espinas .  Fue la hija pequeña del conde Spencer, una niña bien y mala estudiante. Se casó con el Príncipe de Gales, en 1981. Murió trágicamente en 1997.

Diana de Gales, un bello icono con espinas. Fue la hija pequeña del conde Spencer, una niña bien y mala estudiante. Se casó con el Príncipe de Gales, en 1981. Murió trágicamente en 1997.

Mientras los ojos y las ilusiones del mundo estaban pendientes del vestido de cuento de hadas, del impresionante ramo de la novia, de la tiara que sujetaba el velo, un gesto delataba ya el fracaso de aquel matrimonio. Con una frialdad premonitoria, Carlos de Inglaterra se ajustaba los guantes, sin una mirada a la hermosa jovencita que caminaba a su lado, ante la presencia severa de los Windsor.

Se equivocaron con ella; creyeron que una cría, mala estudiante, con nula experiencia en la vida, se comportaría de manera dócil y discreta; pero también es cierto que la engañaron. Hasta qué punto la ingenua Diana creía en el amor, y en su fuerza redentora para cambiar a un hombre, o las circunstancias, es difícil de saber. Apostó siempre por causas perdidas, tanto las caritativas como las personales.

Fue la primera en denunciar la terrible plaga de las minas antipersona, una de las primeras en abrazar a enfermos de sida, en apoyar a la Madre Teresa de Calcuta. Ninguna de esas acciones eran entonces consideradas adecuadas para una princesa de Gales, pero su determinación para identificarse con ellas fue una señal de que no era frágil arcilla. Intimó con su cuñada Sarah, la incorregible Fergie, y con todo lo peor del palacio de Buckingham: se la veía disfrutar en presencia de artistas y de homosexuales, se aburría con la ópera y la caza y le gustaba el rock. Uno de sus atuendos más elegantes fue un frac de caballero.

Incluso la muerte la sorprendió en los brazos de un príncipe azul musulmán, todo menos correcto. Intentó ser una jovencita convencional, una madre amorosa, una esposa perfecta; no pudo serlo, pero no se vengó de su antigua vida convirtiéndose en lo opuesto. Su simpatía por los desfavorecidos era genuina, y su tristeza, también: las demás circunstancias (el gélido Carlos, la fealdad de Camila, la incomprensión de la reina, la belleza incontestable de sus hijitos) hicieron el resto.

El pueblo se enamoró de ella. En algunas ocasiones, supo sacar partido de ellos. Su famosa mirada de soslayo, mientras confesaba en televisión la infidelidad de su marido, su dolor y su paso por la bulimia, era la de una mujer que se sabe atractiva y compadecida y lo emplea. Tuvo el fin de los ídolos a una edad mítica: la pobre rosa inglesa caminaba hacia la muerte ya cuando avanzaba por el pasillo, del brazo de Carlos. Y hacia la inmortalidad.

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