Louise May Alcott, la autora de Mujercitas
La escritora juvenil que todos leímos (1832 / 1888). Fue hija de un educador, empezó a escribir a los 16 años para ayudar a su familia.
La escritora juvenil que todos leímos (1832 / 1888). Fue hija de un educador, empezó a escribir a los 16 años para ayudar a su familia. Se hizo famosa por escribir Mujercitas, uno de los libros más traducidos y adaptados del mundo.
No creo que nadie haya podido olvidar la escena del libro Mujercitas en la que Jo, la aprendiz de escritora de las cuatro hermanas, vende su pelo para conseguir un poco de dinero y así ayudar a su padre convaleciente. “Tu única belleza”, musita una de las otras.
Jo era, en realidad, la joven Louise, tan extraña y masculina como su autora, que en ese libro narraba su infancia en Massachusetts: pero, si se observan las imágenes de esa Louise, no cabe sino contradecir su modestia. Era una muchacha de ojos y boca generosos, con una mata de cabello deslumbrante y aire determinado. Louise, como Jo, quería ser escritora, y logró serlo. Escribía en una mesita diminuta, muy parecida a la de Jane Austen, y a una vertiginosa velocidad: en tan sólo diez semanas había completado Mujercitas.
A diferencia de su personaje más famoso, nunca se casó, aunque la saga de las hermanas March continúa con Hombrecitos, en un peculiar internado con normas pedagógicas revolucionarias que excluían el castigo físico, y con Aquellos hombrecitos, en que los hijos y los sobrinos crecen y continúan dando problemas.
¿Fue, como algunos apuntan, por su condición de lesbiana? Algunas teorías lo defienden; sin embargo, como muchas mujeres inteligentes y capaces, Louise era extraordinariamente sensible a los juegos de poder, que detestaba: la idea de depender de un hombre, o de la infelicidad en un matrimonio concertado por necesidades económicas, por no hablar del pánico a la muerte por parto, se encuentra presente en su correspondencia con amigos y familiares.
Si amaba a otras mujeres o no, eso no condicionaba su vida. Sabía coser, era una buena institutriz, escribía bellas historias y también trabajó como enfermera. No encontraba la necesidad de casarse, como muchas hacían, para asegurar su subsistencia.
De hecho, fue ese último trabajo el que, a la postre, la llevó a la muerte por envenenamiento de mercurio. Durante la Guerra de Secesión había trabajado como enfermera y contraído el tifus, que se combatía entonces con calamina. La medicación le causó problemas de por vida, lo que no impidió que fuera activa e inquieta. Sólo sobrevivió dos días a la muerte de su padre, el hombre más importante de su vida. En la misma línea de él, que había aceptado a niñas negras en su escuela dos décadas antes de la abolición de la esclavitud, Louise creía en la igualdad, en la generosidad para con el ser humano y en el valor para defenderlo.