Consigue una dieta sostenible
A la hora de planificar tus menús semanales, no te fijes únicamente en seguir una alimentación saludable, también valora el impacto que los productos que consumes tienen en el medio ambiente.
- Autor: Inma Coca
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), define como dieta sostenible “aquella que genera un impacto ambiental reducido, que contribuye a la seguridad alimentaria y nutricional, y a que las generaciones actuales y futuras lleven una vida saludable”. Resumiendo, nos anima a consumir productos que sean beneficiosos para nosotros, a la vez que reducimos el impacto medioambiental.
Y es que los alimentos sostenibles suelen ser más saludables y a la inversa. Una dieta basada en productos que respetan el ecosistema y la biodiversidad suele ser beneficiosa para nuestra salud. Si, además, es económicamente justa, habremos encontrado la fórmula perfecta.
Carne roja
De entre todas, la carne de vacuno es la que peor fama acarrea, debido al gran coste medioambiental que supone. Esto se debe a las grandes emisiones de gases de efecto invernadero, parte del problema del cambio climático. Y ¿por qué una vaca contamina tanto? La respuesta está en parte en sus excrementos, pero también en la producción de piensos a gran escala para su alimentación, así como el transporte posterior de esa carne.
Además, la carne roja contribuye al desarrollo y aparición de enfermedades como cáncer y diabetes tipo 2. Por ello, los nutricionistas y ecologistas coinciden en que debemos reducir su consumo. Y no solo de carne de ternera, sino de proteínas animales en general, dando prioridad a las legumbres (estupenda fuente de proteínas vegetales).
En el caso de comer carne, la recomendación es no consumir más de 400 gramos a la semana y elegir las más magras (sin grasa), es decir, decantarnos con más frecuencia por pollo o pavo.
Además del impacto que causa la producción de cualquier alimento, hay que sumar el de su traslado. Y es que no contamina igual consumir carne criada en nuestra zona que la que se ha tenido que importar desde lejos, con el gasto que ese transporte tiene.
En este aspecto, las frutas y verduras se llevan el premio gordo: cada día es más frecuente ver en el supermercado vegetales traídos de otros continentes. ¿Te has fijado del origen de las conservas de espárragos o pimientos? Aun así, consumir productos de proximidad no es la única contribución que podemos aportar en la lucha contra el cambio climático: optimizar los recursos naturales y humanos también es vital en este proceso.
Para ello, solo tenemos que evitar el derroche de alimentos y aplicarnos el “aquí no se tira nada” tanto en casa, aprendiendo recetas de aprovechamiento, como en restaurantes, pidiendo que nos den lo que no hemos consumido para llevar. Una practica que, por suerte, cada día está más extendida.

Ni vegano ni eco
Llevar una dieta sostenible no tiene nada que ver con ser vegetariano u obsesionarse con consumir productos ecológicos. Son conceptos diferentes, aunque, en ocasiones, se entrelacen y se confundan.
Se puede comer carne y ser sostenible. En este caso, el problema no es tanto el alimento en sí, como su proceso de producción en general. Desde cómo se han criado esos animales hasta cómo han llegado al supermercado, pasando, obviamente, por su alimentación. No es lo mismo una vaca que se ha alimentado de pasto que una que solo lo ha hecho de pienso, o gallinas que se crían en el suelo o en jaulas. Y no lo es ni para su salud ni para la nuestra.
Durante años, las granjas se han convertido en fábricas en las que el objetivo simplemente era aumentar la producción rebajando costes, siendo la demanda la que marcaba la cantidad. Ahora sabemos que esta práctica no solo perjudica la calidad, también el impacto que esta ganadería intensiva tiene en el medioambiente.
Y también hemos aprendido que es más sostenible el proceso que imita a la naturaleza, alimentando a los animales según sus necesidades y respetando sus condiciones.
- Planificar las comidas es la mejor arma para luchar contra el desperdicio de alimentos. Compra solo lo que necesites y recupera recetas de las abuelas en las que se aprovechaban las sobras de la nevera. Tu bolsillo también lo agradecerá.
- Más vegetales y menos carne. En la gran mayoría de hogares, se debería duplicar el consumo de frutas y verduras y reducir considerablemente el de la carne, sobre todo, la roja.
- Apuesta por las legumbres. Ricas en proteínas y muy saciantes. Las legumbres deberían consumirse varios días a la semana. ¡Destierra el mito de que los garbanzos engordan! Todo depende de con qué los cocines.
- Reduce los plásticos. Los embalajes representan uno de los grandes problemas de la industria alimentaria. Comprar a granel, utilizar bolsas reutilizables para hacer la compra y evitar el agua embotellada siempre que sea posible son algunos gestos que el planeta nos agradecerá.
- De proximidad y temporada. Los melocotones, en verano, y las mandarinas, en invierno, y no solo porque su sabor es mucho más intenso, también porque te aseguras que se han producido siguiendo el ritmo que marca la naturaleza. Evitando comprar alimentos de origen lejano, evitamos la huella de carbono que dejan esos traslados.