Falsos Mitos Sobre las Vacunas
La eficacia de las vacunas está sobradamente demostrada, y, sin embargo, periódicamente surgen argumentos en su contra. Un experto nos recuerda cuáles son y, uno por uno, los desmonta. Por...
La eficacia de las vacunas está sobradamente demostrada, y, sin embargo, periódicamente surgen argumentos en su contra. Un experto nos recuerda cuáles son y, uno por uno, los desmonta.
Por más que las vacunas hayan demostrado ser una de las más importantes herramientas de salud pública, periódicamente surgen informaciones en las que se duda de su necesidad, eficacia y seguridad. Los grupos contrarios a ellas han ido forjando una serie de mitos y falsas creencias a su alrededor que han generado en ciertos sectores un estado de alerta y desconfianza. De la mano del profesor Juan José Picazo, jefe del Servicio de Microbiología Clínica del Hospital Clínico San Carlos, de Madrid, desmontamos estos mitos y explicamos por qué las vacunas continúan siendo esenciales en la promoción de la salud.
No son seguras.
Su seguridad es un requisito incuestionable y demostrable con numerosas evidencias clínicas a lo largo de toda la vida de las vacunas. En estos momentos, en nuestro país disponemos de más de 25 para la prevención de enfermedades infecciosas. La mejor forma de comprobar si una vacuna tiene efectos adversos es un ensayo controlado. Los ensayos previos para su autorización son extraordinariamente exigentes, de forma que demuestran su eficacia y seguridad en un número muy importante de individuos. La autorización se realiza por entidades europeas y nacionales del máximo prestigio e independencia que permiten, una vez más, las mayores garantías. Una vez comercializada la vacuna, se pone en marcha un sistema de vigilancia que revisa de forma exhaustiva la eventual aparición de efectos adversos. Todo ello permite garantizar a la población la eficacia y seguridad de la misma. Dicho esto, es cierto que nada en el mundo está ausente de riesgo, y que cualquier producto médico que tenga un efecto positivo –sea un medicamento o una vacuna– puede tener un efecto negativo. Ninguna es absolutamente segura, pero aun así consideramos que sus beneficios son muy superiores a sus riesgos.
No son eficaces.
La mayor prueba de la eficacia de la vacunación universal es la erradicación de enfermedades como la viruela o la poliomielitis en países desarrollados, o la disminución abrupta de ciertas enfermedades como la rubeola. Asimismo, el mantenimiento de altas coberturas de vacunación es lo que permite controlar ciertas enfermedades infecciosas. En este sentido, no se debe olvidar que las vacunas son, junto con la potabilización del agua, las medidas de salud pública más importantes de nuestra sociedad, habiendo logrado mejorar la supervivencia y la calidad de vida de la población. La suspensión de las estrategias vacunales haría que esas enfermedades volvieran otra vez y nos encontráramos como hace siglos.
Se ocultan sus efectos adversos.
Existe un protocolo definido y riguroso a nivel mundial, que obliga a reportar a los organismos pertinentes de cada país todos los posibles efectos adversos que se hayan podido producir tras la vacunación, bien como consecuencia de la misma o no. Estos quedan registrados para su control, y las autoridades sanitarias se encargan de estudiar de forma individual y exhaustiva cada caso, sin que haya uno solo que no quede bajo su supervisión.
No son necesarias.
Los óptimos niveles de cobertura alcanzados en los últimos años hacen que colectivos aislados consideren innecesaria la inmunización frente a enfermedades que ya no se encuentran en nuestro entorno. Esto conduce a una menor percepción del riesgo de esas enfermedades infecciosas y a una mayor preocupación por los posibles efectos adversos, por infrecuentes y leves que estos sean. Desafortunadamente, esto conlleva una disminución de los niveles de vacunación y la vuelta de esas enfermedades. Este fenómeno se observa con preocupación (hay que recordar, por ejemplo, la aparición en algunas zonas de nuestro país de casos de sarampión).
Cumplir con las recomendaciones vacunales, tanto en la infancia como en la edad adulta, resulta vital y responsable con uno mismo y con la sociedad. La vacunación durante la infancia es necesaria para que el sistema inmunológico desarrolle las defensas necesarias frente a las enfermedades. Además, para favorecer que la madre pueda transmitir esas defensas al bebé –tanto durante los últimos meses de la gestación como en el periodo de lactancia– es necesario que ella tenga también su calendario vacunal actualizado. Éste, por ejemplo, es uno de los motivos por los que se recomienda la vacunación frente a la gripe en las mujeres embarazadas; de esta forma, el bebé nacerá con inmunidad frente a este virus y no correrá el riesgo de contraer la enfermedad en sus primeras semanas de vida, cuando más podría comprometer su salud.
En realidad, son una estrategia de las farmacéuticas para ganar dinero.
El valor de la vacunación queda perfectamente demostrado con un argumento imbatible: es una de las herramientas de salud pública que tiene mejor relación coste-eficacia, ya que permite evitar o reducir tanto los costes directos de la enfermedad como los indirectos, que son aquellos derivados de la hospitalización, las bajas laborales... Las vacunas han demostrado ampliamente los beneficios que aportan a la sociedad. De hecho, en muchos países marcan la diferencia entre la vida y la muerte. Tanta es su importancia, que a nivel mundial la inmunización se ha convertido en uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Por: María Corisco.