Niño Hiperactivos, ¡No paran!
Vivir con un niño hiperactivo o con déficit de atención es, a menudo, desesperante para la familia. Más allá del tratamiento médico, hay que apoyarle para conseguir una...
Vivir con un niño hiperactivo o con déficit de atención es, a menudo, desesperante para la familia. Más allá del tratamiento médico, hay que apoyarle para conseguir una convivencia feliz. ¿Cómo? Una pediatra y madre de un pequeño con este trastorno nos lo cuenta.
Ruidoso, gamberro, vago, despistado, impulsivo, maleducado, el graciosillo de la clase, el que todo lo rompe... Muchos niños a los que se les adjetiva de esta forma son, en realidad, víctimas de una de las alteraciones neurológicas más frecuentes entre la población infantil: el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), una patología que en un 70-80% de los casos se hereda y que sufre alrededor del 5% de los pequeños (uno o dos por aula). Sin embargo, sólo la mitad cuenta con un diagnóstico; el resto vive en una especie de 'limbo' en el que cada día les recuerdan que o son torpes o molestan.
Los niños con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) no son malos estudiantes ni tienen mal comportamiento por su propia voluntad o como consecuencia de un entorno nada proclive al estudio, sino porque sufren una alteración neurológica. Diagnosticarlo no es fácil, a veces se tarda entre tres y siete años.
Ayudarle con cariño ¡y mucha paciencia!
María Jesús Ordóñez, pediatra y madre de un adolescente con TDAH, conoce muy bien la historia de principio a fin. A su hijo Jaime le confirmaron que sufría ese trastorno a los 14 años. Hasta entonces, ella y su marido vivieron un larguísimo y duro peregrinaje que ya plasmaron en el libro No estáis solos (Cúpula), en el que comparten su experiencia y, lo más importante, sus logros. “Los problemas con él surgieron a los siete años, cuando comenzamos a recibir noticias del colegio: que el niño no iba bien, que no hacía los deberes... Le pusimos profesores de apoyo sin resultados y le castigábamos continuamente, porque su comportamiento también era malo. Como padres, nos preguntábamos en qué habíamos fallado, qué estábamos haciendo mal. Por eso, el diagnóstico fue una liberación; al menos ya sabíamos a qué nos enfrentábamos. No era un problema psicológico, ni de mala educación, sino una alteración en determinadas áreas cerebrales”, explica.
El TDAH tiene un tratamiento multidisciplinar: farmacológico y psicosocial.
Pero, mientras se empiezan a conseguir resultados, los padres deben frenar el impulso de echarles la bronca por cualquier causa. “El trabajo que hay que hacer con ellos es constante y requiere seguir una serie de pautas. Algunas muy sencillas, como enseñarles a crearse unas rutinas, estar un poquito pendientes de si tienen que hacer los deberes o preparar los exámenes, premiarles cualquier pequeño avance porque se creen auténticos desastres y, sobre todo, apoyarles incondicionalmente con mucho cariño, humor y paciencia. Luego, hay que acudir a un buen especialista y confiar en él”, comenta María Jesús Ordóñez.
El proceso no se limita al hogar, también hay que trabajar en la escuela.
“En el cole se pueden hacer cosas muy sencillas que apenas requieren esfuerzo y ayudan mucho, como colocarles en primera línea de clase o que algún compañero actúe de tutor, vigilando, por ejemplo, que al menor con TDAH no se le olvide que al día siguiente tiene que llevar unos deberes o debe estudiar para un examen”, aclara esta pediatra. Aunque en su opinión el tratamiento “no es la panacea”, se empiezan a conseguir logros muy rápidamente, sobre todo en la impulsividad y en el déficit de atención.
Niños tratados = adultos sin problemas.
Aunque el TDAH es cada vez más conocido, todavía mucha gente, “por desinformación”, se queda con la idea de que a un menor hiperactivo o inquieto lo único que le pasa es que es un maleducado. “Esas etiquetas van destrozando la autoestima de estos niños, porque parece que no hacen nada bien. Algunos llegan a preguntarse si lo que les ocurre es que son tontos”, dice María Jesús Ordóñez. Su diagnóstico y tratamiento posterior es esencial para evitar problemas mayores en la edad adulta. De hecho, un estudio realizado en Estados Unidos habla de que el deterioro funcional de estas personas acaba arrastrándolas a una vida llena de problemas personales y profesionales como el despido laboral (55%), la toxicomanía (52%), los accidentes de tráfico (49%) o el embarazo adolescente (38%).
El día ‘movido’ de un niño con TDAH (contado por él mismo):
8:00 h. No me despierto. Olvidé poner el despertador por la noche.
8:30 h. Me espabilan a la carrera. Desayuno a toda mecha. Me gritan.
9:10 h. Llego tarde a clase. Primera amonestación del día.
10:00 h. No he traído las redacciones, no recuerdo dónde las dejé. Me llaman la atención.
11:00 h. Examen. Sin preparar, pensaba que era otro día.
12:00 h. Recreo. Olvidé el bocata.
12:30 h. Me castigan a una tarde de biblioteca, y eso que yo no era quien la estaba liando.
13:30 h. Me sacan a la pizarra. No sé lo que me preguntan.
15:00 h. Como en casa. Cuento que ha habido un castigo general y me cae una bronca. Otro finde sin salir.
17:00 h. Clases particulares.
21:00 h. Me la cargo por estar ‘pinchando’ a mi hermana.
23:30 h. Me acuesto. Me vuelven a dar la charla otra vez.