Consejos para superar los miedos infantiles
Hay muchos miedos por los que los niños pasan a ciertas edades. Rocío Ramos-Paúl, la 'supernanny', nos da algunas claves para ayudarles a enfrentarlos.
Desde pequeña, Ana ha tenido muchos miedos. Lloraba y quedaba inmovilizada si la luz del pasillo estaba apagada. Se escondía entre las piernas de papá si pasaba cerca un perro. Le costó medio verano meterse en la piscina y disfrutar...
Cuando Ana empezó el cole, lloró en la puerta hasta pasado el primer trimestre. Ahora, con 10 años, se pone muy nerviosa si tiene que ir a casa de algún amigo, la altera pensar qué le van a preguntar en clase y no quiere oír hablar de cumpleaños o fiestas.
Hay miedos por los que todos los niños pasan a determinadas edades (a ruidos estridentes, a los extraños, a los animales, a los monstruos, a separarse de los padres...). Si estos se resuelven adecuadamente la sensación de angustia solo aparecerá cuando se enfrenten a situaciones nuevas, pero el nivel de ansiedad no les incapacitará para hacer su vida diaria.
Los miedos se adquieren por tres motivos:
1.- Ver a alguien que tiene miedo a algo.
2.- Asustarse en una situación, como un ruido fuerte.
3.- Oír a alguien que cuenta el objeto o la situación que le da miedo.
Visto el origen, es fácil entender la importancia de la actitud de los progenitores:
• Padres que enseguida se asustan y trasmiten continuamente que las situaciones son muy amenazantes y hay que temer lo peor: “No te tires de cabeza a la piscina, que te puedes dar con el bordillo”, “no bajes solo, que las escaleras del bloque están muy oscuras y te puede pasar algo”.
• Padres que impiden que el niño resuelva sus miedos porque lo hacen por ellos: “No tienes que ir a la fiesta, nos quedamos en casa los dos”, “no te preocupes, si te duele la tripa llamo al colegio y les digo que te pasen los deberes para que los hagas aquí”.
Cualquier situación u objeto es susceptible de convertirse en temido y entonces la única solución será enfrentarlo, si no el miedo nos hará escapar de la situación para no encontrarla. Esto es: “Prefiero no ir a la fiesta porque será aburrida”, “no puedo ir al partido, me duele la cabeza”...
El riesgo de no enfrentar los miedos de la infancia aumenta de adultos la posibilidad de vivir con ansiedad generalizada ante cualquier situación nueva.
Antes de que esto ocurra, hay que ponerse manos a la obra:
Escuchar los miedos de los hijos y animarlos a enfrentarlos iniciando acciones que los acerquen a la situación temida: “Pasado mañana tienes el ‘cumple’ de Carla. ¿Vamos juntas a comprar el regalo?”.
Enfrentar la situación y sus propias emociones: “Te voy a acompañar hasta la casa de Carla. Te despediré en la puerta y volveré en un rato, para que puedas decidir si te espero un rato más o nos volvemos a casa”.
Felicitar a nuestro hijo por el esfuerzo, independientemente de lo que haya ocurrido. Hay que pensar en una nueva situación con la que enfrentarse: “He pensado ir el martes al centro comercial donde van tus amigas. Podrías darte una vuelta con ellas mientras yo hago unos recados”.
Hay que dejar los miedos atrás
Muchos adultos son incapaces de tomar una decisión (elegir qué quieren estudiar o cambiar de ciudad) porque sus miedos de cuando eran niños los han convertido en personas aferradas rígidamente a rutinas que les dan seguridad y evitan la angustia que les provoca cualquier cambio.
De hecho, todos sentimos miedo en alguna ocasión, pero si de pequeños aprendemos a enfrentar nuestros temores, estos no impedirán que consigamos nuestros objetivos.