¿Qué reflejan los dibujos de tu hijo?

Son expresiones espontáneas que revelan sus vivencias. A través de ellas podemos comprobar su nivel de madurez.
¿Qué reflejan los dibujos de tu hijo?

Son expresiones espontáneas que revelan sus vivencias. A través de ellas podemos comprobar su nivel de madurez.


Además de estimular su capacidad creativa, dibujar potencia su imaginación espacial. En sus creaciones podemos encontrar muchos datos sobre su personalidad, sentimientos y estado de ánimo. Así, los dibujos minúsculos, de un solo color y situados en un extremo de la página, suelen indicar timidez y bajo nivel de autoestima, mientras que un trazo amplio en vivos colores que ocupa casi todo el espacio suele delatar un carácter alegre y extrovertido. La ausencia de colorido o el empleo de un solo color o de tonos oscuros puede ser indicio de tristeza, y los trazos excesivamente fuertes o picudos, repetidos rápidamente, puede indicar cierta ansiedad o inseguridad

En cualquier caso, nunca debes censurar lo que él ha hecho ni buscar un contenido diferente al que él da. Así es como lo ve y necesita que valores su esfuerzo.


El garabato, su primera obra

Al principio, el dibujo se basa en gestos puros; es el garabato desordenado. Hace trazos sin sentido y sólo le preocupa llenar el espacio. La mano va independiente de los ojos y a veces ni mira al papel. Goza del garabato como movimiento y le gusta pintar de pie o tumbado. Para iniciarse en el mundo de la pintura necesita espacios grandes –hoja de embalar, pizarra...– y tizas o ceras gordas, que no resbalen en sus dedos. Poco a poco y por repetición, los rayajos iniciales se irán convirtiendo en movimientos más ordenados que dan al niño satisfacción y confianza.

Hacia los 2 años y medio el niño descubre que tiene control sobre sus trazos y puede hacer líneas horizontales y verticales, o círculos y disfruta repitiendo el mismo movimiento, aunque aún no pinta algo concreto. El interés por dibujar cosas se despierta hacia los 3 años y medio. A partir de esta edad, empieza a interesarse por los colores, que hasta ahora les resultaban indiferentes, y ponen nombre a sus garabatos.

Hacia el final de los cuatro años o principios de los cinco surge la primera figura humana reconocible.
Poco a poco, el niño va incorporando en sus dibujos las manos, el tronco, las partes de la cara y accesorios como una casa, el sol o un árbol. Todavía le interesan mucho más las formas que los colores, que no son reales y que, cuando aparecen, lo hacen más de forma afectiva que de otra manera. Por ejemplo, puede pintar a mamá de color amarillo y al sol de color verde, porque usa los tonos que más le gustan para colorear lo que para él es más importante. No obstante, ya se puede empezar a ver el carácter y la personalidad del niño en la utilización de colores fríos o cálidos.

Mención especial merece la noción del espacio, que es subjetivo y refleja un intenso egocentrismo. Se dibuja a sí mismo muy grande y a su alrededor todos los demás objetos –una casa, un avión, un árbol, el sol...–, pero siempre más pequeños que él. Todavía pinta en el aire o aglutina las figuras como si estuvieran bailando. El espacio está entremezclado, puede poner el sol bajo sus pies o un coche sobre su cabeza.


En esta etapa es muy importante lo que cuenta del dibujo, porque a través de él refleja lo que piensa y lo que siente. Es importante, por tanto, que respetes sus creaciones y deja que las termine cuando él quiera, aunque se empeñe en llenarlo de accesorios que lo afeen a tus ojos. Es su dibujo y es él quien tiene que ponerle fin.


En esta fase se distinguen dos períodos: el esquemático o realismo fallido, hasta los 9 años, y el realista, que supone la recta final hacia el dibujo adulto.


Hacia los 7 años, el niño sitúa sus dibujos en la línea horizontal, de una forma más lineal. Hace una raya para señalar el suelo y pinta un fondo azul para delimitar donde está el cielo y el sol. Refleja lo que ve y lo que sabe de las cosas, al tiempo que empieza a vincular los colores a los objetos. Aunque las imágenes son más reales, el dibujo es aún esquemático, desproporcionado, y repite el mismo modelo una y otra vez: la misma casa, el mismo árbol... (como en la imagen).

A partir de los 9 años, los dibujos se van haciendo más pequeños y detallistas, especialmente en la figura humana, en la que ya van apareciendo algunas diferencias sexuales. Las proporciones son más lógicas y el dibujo se convierte en algo mucho más personal que el niño prefiere no mostrar hasta que está terminado. El dibujo en tres dimensiones aparece hacia los 12 años.

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