Lee en exclusiva uno de los capítulos de el nuevo libro 'Vivir feliz con mi perro'
Este libro escrito a través de diversos relatos pretende poner en valor la relación entre perros y los seres humanos desde un punto de vista científico-divulgativo para ayudarnos a entender a los caninos y así mejorar nuestra relación con ellos.
El libro 'Vivir feliz con mi perro' de David Ordoñez fue escrito con la misión de ayudar a entender a los caninos, disfrutar de su presencia y poner en valor la relación entre perros y seres humanos desde un punto de vista científico-divulgativo. Por ello, está escrita en un lenguaje sencillo para que cualquier persona interesada en el tema pueda hacerlo: "el conocimiento científico no debe quedarse en revistas especializadas y publicaciones que solo en contadas ocasiones llegan al público en general. Más aún cuando dicho conocimiento puede ayudarnos a comprender y mejorar nuestra relación con los perros" dicta Ordóñez.

Young man training his pet at home, beautiful shiba inu dog excitedly waiting for its reward
A lo largo del libro, el autor expone historias que diversos investigadores han descrito en las últimas décadas entremezcladas con otras en primera persona como experto en la materia. Pues Ordóñez ha adquirido una formación completa en materia canina a través de sus años como docente en la universidad, como guía canino en las intervenciones asistidas con perros, y las que ha acumulado como fundador y Director de 'Perruneando' ; una entidad dedicada a la educación canina e Intervenciones asistidas con perros.
Hoy te traemos en exclusiva un fragmento de uno de los capítulos del libro que te enganchará:
Dune, la perra que fabricaba sonrisas
"Ella no es solo una perra de familia: también ha trabajado durante más de nueve años como perra de intervención, o más comúnmente conocida como perra de terapia. Estos animales trabajan acompañando a terapeutas, educadores y otros profesionales sociosanitarios con el fin de ayudarles en el ejercicio de su trabajo. A nivel técnico, la Intervención Asistida con Perros (IAP) consiste en la introducción de un perro en contextos terapéuticos, educativos, de intervención social o de ocio con el fin de obtener una mejora en los objetivos de trabajo de cualquiera de estas áreas. Los perros que participan en dichas intervenciones, salvo excepciones, están seleccionados y entrenados para cumplir con esta función, y van siempre acompañados por un profesional encargado de guiarlos y promover que sus condiciones de trabajo sean las adecuadas y de proteger su bienestar.
Habitualmente estas personas son llamadas guías o técnicos en IAP. Pues bien, como ya os podréis imaginar, si Dune fue durante su vida laboral perra de intervención, yo fui su guía. Todos estos años hemos sido no solo familia, sino también compañeros de trabajo. Y esto es algo muy especial. A lo largo de los diferentes capítulos, hemos visto la especial relación forjada entre perros y humanos y la cantidad de beneficios que genera la simple interacción entre nosotros. Sin embargo, la IAP va un paso más allá porque, en este caso, de lo que se trata es de utilizar de manera planificada y dirigida la motivación y el vínculo que se establecen entre una persona y un perro. El objetivo es mejorar la situación de personas que están inmersas en un proceso de terapia, educativo o de intervención social. La utilización consciente de estos procesos motivacionales, basados en el vínculo, da como resultado que un perro pueda ser un gran mediador, por ejemplo, cuando acudimos a una terapia psicológica. Estos mecanismos los describió por primera vez el psicoterapeuta estadounidense Boris Levinson en la década de los sesenta del pasado siglo xx. Años antes, Levinson descubrió de manera fortuita cómo su perro Jingles podría ayudarle en su labor psicoterapéutica. Según indicó en las diferentes obras que escribió en los años sesenta, un día se encontraba en su consulta acompañado por Jingles.

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No tenía a nadie en su agenda hasta varias horas después, así que el perro se encontraba allí descansando a sus pies. Normalmente, tal y como era habitual, el perro no tenía contacto con los pacientes, por lo que Levinson aprovechaba aquellos momentos en los que no estaba pasando consulta para estar con él. Sin embargo, alguien llamó a la puerta de manera inesperada. Al abrir, se encontró con Johnny y su madre, con quienes tenía una cita mucho más tarde. Ella venía muy alterada porque habían emitido un informe que recomendaba la hospitalización de su hijo tras pasar por varios tratamientos que no habían conseguido el resultado esperado. La madre quería que el psicoterapeuta le atendiera y pudiera dar solución al asunto y así evitar la institucionalización del joven. De repente, Jingles fue a saludar a Johnny. El perro comenzó a lamer al chico y este a darle abrazos y acariciarlo. Según cuenta Levinson, la madre intentó separarlos, pero él, al percatarse de lo que estaba sucediendo, le indicó que los dejase interactuar. Johnny pidió expresamente que Jingles le acompañara en las sesiones, y así fue cómo, al integrarse poco a poco en el juego entre el perro y el niño, Levinson consiguió llegar donde los tratamientos convencionales no habían conseguido. Sin embargo, aunque él fue el primero que describió este tipo de intervenciones de manera sistemática y era consciente de ello—tanto que marcó un hito en su desarrollo—, no fue pionero en la introducción del perro como elemento terapéutico. Hasta entonces, los animales habían estado presentes en el cuidado de la salud en diferentes culturas y momentos. Ya vimos como en ciertas sociedades prehispánicas, el calor que emite el perro era usado con un fin terapéutico, por ejemplo. O cómo los canes se encontraban presentes en diferentes templos sagrados dedicados a la sanación en las antiguas civilizaciones de Roma, Grecia y Egipto. Sin embargo, es posible que la mayor parte de las experiencias que tienen como centro la introducción de animales con un valor terapéutico no esté documentada(....)".