Las confidencias con los colegas y los jefes son sanas si no nos pasamos. La mejor consigna es compartir lo preciso y necesario para el buen desarrollo del trabajo (y con cuidado de no ofender a nadie con los comentarios).
Buena o mala idea
Mostrar las fotos de los niños, contar los problemas conyugales, enseñar un tatuaje... A veces es inevitable compartir lo que nos pasa con nuestros compañeros de trabajo. Tantas horas bajo el mismo techo dan para mucho, incluso para hacernos confidencias. “Somos seres humanos y en el trabajo pasamos una gran parte de nuestra vida. Puede darse el caso de que, además de compañeros, logres tener en ese espacio verdaderos amigos con los que compartir –además de lo laboral– retazos de tu vida privada. Contarles a esos amigos y compañeros cómo te va y ayudaros mutuamente suele ser común y, en muchas ocasiones, beneficioso, pero siempre hay que elegir el momento en el que no perjudique al desarrollo de la empresa”, dice la coach Concha Barbero, autora de "La gestión de la vida en el trabajo", Ed. Obelisco.
El sentido común. Saber hasta qué nivel de intimidad personal se debe llegar en el trabajo precisa de lógica, de sentido común. Para la experta, “está muy relacionado con la madurez interior de cada persona”. Por ello, invita a hacerse una serie de preguntas antes de comenzar a hablar de forma descontrolada: ¿Lo que voy a decir es de interés o utilidad para alguien más que para mí? ¿Deseo que me respondan realmente, o es sólo mi ego el que está expresándose? ¿No sería más adecuado hablar de estos temas fuera del horario laboral?
Todos hemos de tener claro que hay una serie de asuntos privados que deben ponerse en conocimiento de la empresa. Por ejemplo, “a los jefes hay que tenerles al tanto de aquellos aspectos de tu vida privada que puedan interferir en el desarrollo empresarial (una enfermedad, una boda próxima, etc.); a los compañeros, en general, de aquellos asuntos que puedan influir en el trabajo en equipo (faltas de asistencia por cualquier razón, que supongan cargarles con tu trabajo)”, explica Concha Barbero. Sin embargo, la coach también anima a desahogarse en “los momentos en los que estemos emocionalmente afectados, para que compañeros y jefes sean conscientes del porqué de determinados comportamientos o actitudes”. En su opinión, hablar en esas circunstancias “activa la empatía: ellos se ven en un espejo ante nosotros, eleva su capacidad de comprensión”.
De cualquier modo, considera: “En el trabajo, como en la vida, hay que tratar de ser lo más auténtico posible”. En este sentido, hay que hablar “cuando se crea, honestamente, que se debe hacer y, por supuesto, siempre que con nuestras palabras no ofendamos a nadie”.
Muchas veces, el mayor temor es que alguien airee nuestros secretos. ¿Cómo actuar ante esos casos? Según Concha Barbero, “lo primero que hay que hacer es acercarse a esa persona para pedirle explicaciones. Armarse de valor e ir de frente sólo trae buenas consecuencias”. ¿Y si esta persona no reconoce su falta? “Habrá que tratar de remediar el mal que haya podido causarte de la forma más pacífica y consciente posible”, aconseja. Lo fundamental es aprender de ello: “Procura no abrirte a quien no sabe respetarte. Seguro que no es ni mejor ni peor que tú, sino que, como cualquier persona, está en un camino de aprendizaje en el que tropieza de vez en cuando. Si reacciona positivamente, ponte en su lugar y piensa que nadie es perfecto”.
Evita temas y opiniones personales que inducen a la polémica. Si quieres mantener la paz laboral no hables de:
- Tu salario.
- Tu historial médico.
- Tu forma de gastar el dinero y en qué.
- El partido al que votas o no votas.
- La religión que practicas o no.
- Los cambios de tu estilo de vida.
- Tu opción sexual.
- Tus problemas económicos, personales o de pareja.
- Lo que cuelgas en tus redes sociales.
- Las resacas de los fines de semana.
- Las aventuras sexuales.
- Tus opiniones hacia algún colectivo.