La escritora acaba de publicar la tercera entrega de sus memorias, Amigos para siempre (Nowbooks), que es un canto a la amistad y a la vida.
Apasionada, vital, contradictoria, Rosa Regàs ha ido descifrando sus recuerdos en dos libros previos, Entre el sentido común y el desvarío y Una larga adolescencia. Ahora se centra en sus años de juventud, que fueron de extraordinaria ebullición cultural y que para ella comenzaron con su entrada en la universidad, ya casada y con dos hijos.
Este es el tercer volumen de tus memorias.
ROSA REGÀS. Bueno, digamos que es la tercera entrega de mis recuerdos, porque las memorias es algo más trabajado, más objetivo, un poco más científico, con más investigación sobre el tiempo en que has vivido; en cambio, lo que yo cuento es una serie de recuerdos de esta época.
Una de las cosas más importantes para ti, según cuentas en tu libro, es la amistad.
No, lo principal para mí fue mi entrada en la universidad y sobre todo mi primer trabajo profesional. La primera vez que me ganaba la vida, por decirlo así, que habría logrado hacer real eso de que no hay libertad sin libertad económica.
Pero hablas de tus grandes amigos, Carlos Barral, Manuel Vázquez Montalbán...
Hasta entonces solo había tenido a los amigos de mi marido; me los había “traspasado” él, como otras tantas cosas. Entonces, poco a poco fui haciendo de mi vida algo propio, y eso incluyó tener mis propios amigos, sí.
En muchos aspectos has sido una mujer adelantada a su tiempo, pero eso no ha sido incompatible para ti con la maternidad. Has disfrutado mucho de tu familia y de tus hijos.
No lo he visto como un hándicap, al revés. Crecí en una familia rota, y en su día me puse como prioridad tener una familia. La tuve y no me arrepentí nunca, ni siquiera cuando me separé.
Lo tuyo fue una ruptura peculiar: en un momento dado, tu exmarido y tú dejásteis de ser pareja pero no hicisteis ningún trámite legal y seguisteis viviendo en la misma casa.
Fue un acuerdo entre nosotros: decidimos vivir separados pero en familia porque ni él ni yo queríamos perder la vida cotidiana con los hijos ni él quería hacerme daño (en aquella época, la separación suponía, para la mujer, la pérdida de los hijos y de muchos de sus derechos). No fue un plan de vida perfecto pero funcionó, al menos respecto a nuestra vida de familia, que fue bastante feliz.
En el libro ocupa un lugar muy especial Cadaqués, el pueblo de Girona en el que pasaste tantos veranos y en el que conociste a gente como el pintor Salvador Dalí.
Se paseaba por allí con unas modelos espectaculares. Le conocía todo el mundo y no le hacían mucho caso, porque había veraneado en Cadaqués toda la vida. Me llamaba la señorita Regasol.

Publicaste por primera vez a los 57 años, ¿no te dio vértigo?
Yo tenía 57 años y me sentía igual que si tuviera 39. Entonces yo trabajaba en Naciones Unidas. Empecé a escribir, vi que me lo pasaba bien y así empezó todo.
Cuando te dieron el Premio Nadal con Azul fue un gran hito de tu vida. Háblame de otros momentos especiales.
Cuando entré en la universidad de Filosofía y Letras, que fue espectacular, y cuando nacieron mis hijos. Y luego, una cosa muy particular fue el nacimiento de mi primera nieta. Yo creía que sería más o menos como el nacimiento de un hijo. Y es distinto. No superior, sino distinto.
¿Por qué?
La emoción que sentí, tan distinta a todo, yo no me la esperaba. Me quedé perpleja, creí que era una cosa que me ligaba al paso del tiempo, que mi vida se convertía en una cadena que no tenía fin (“Mi niña ha tenido un niño; ésta es una historia sin fin, pensé”). Tiene algo que ver con tu papel en ese paso del tiempo, más que con la emoción directa de tener un hijo, que también es espectacular.
Hace unos años se emitió la serie de televisión Abuela de verano, inspirada en un libro tuyo que recogía tus propias experiencias.
Fue divertido, pero no lo vi como mi historia, sino como la historia de otra persona que hacía lo mismo que yo. Mis nietos primero se enfadaron porque no les habían llamado para hacer de sí mismos, después se conformaron y lo vieron, y empezaron a identificarse con cada uno de ellos.
En el libro cuentas cómo fuiste a dar a luz a tu cuarto hijo y que en vez de uno nacieron dos, ¿cómo te quedaste?
De piedra. A mí me habían tenido que dormir y me contaron que salió el primer niño y el médico se fue. Entonces, la comadrona se dio cuenta y gritó corriendo: “Doctor, doctor, que hay otro”. Después, cuando, aún atontada, pregunté qué había tenido y me dijeron: un niño y una niña, y vi a mi marido en un rincón contando cuántos éramos ahora, me incorporé de un salto y me clavé la aguja del gota a gota que todavía estaba en vena.

¿Qué opinas de cómo se vive hoy el amor?
A veces creo que los jóvenes de hoy quizá no se dan cuenta de la belleza y de la suerte que es el sexo y lo practican borrachos o a lo mejor cargados de pastillas. Yo no estoy en contra de esto, que hagan lo que quieran, pero me da pena que no lo vivan de una manera más consciente, lo disfrutarían mucho más, ¿no?
¿Y de la tiranía de la belleza?
Me parece básico aceptar el propio cuerpo, ayudándolo todo lo que puedas, pero sin transformarlo, y sobre todo aceptar la edad. Operarte a los 50 años para parecer de 30 es imposible. No hay más que ver a esas personas operadas que luego van por la vida que no se pueden ni mover. Creo que cada persona, a medida que se va haciendo mayor, tiene su gracia. Hacerse mayor tiene otras ventajas que no son las de seducir por la belleza; puedes seducir por el atractivo, todos hemos visto casos así. Y muchos, muchísimos.
Has vivido muchas vidas...
Una sola, pero con muchas versiones. No me quejo.
Alguna vez has dicho que te merecen respeto muy pocas personas, aunque admiración bastantes...
Respeto a mucha gente, pero no a todo el mundo. Y admiro a las personas que se han puesto el mundo por montera (mi madre, por ejemplo). Los que se han saltado lo que se esperaba de ellos y han seguido por el camino que tenían que seguir. Todavía los hay.
Dar la cara y exponerse es más difícil para las mujeres.
Cuando yo estuve en la Biblioteca Nacional no dejaron de meterse conmigo ni un día. Es una mezcla de muchas cosas, entre ellas el ser mujer.
Escribiste un libro sobre Siria, país que conoces bien. ¿Cómo vives lo que está pasando allí?
Lo vivo mal. Damasco era una ciudad de 4.000 años de existencia, y se la han cargado. Lo que hicieron los nazis lo está haciendo Europa en este momento. Me entristece mucho.
Eres una gran viajera, pero aún tienes pendiente ir a La Antártida.
Sí, ya no lo haré, pero no por mí, sino porque pronto no quedará hielo.