Con treinta y muchos, ¡y todavía en casa!
¿Es sano que nuestros hijos permanezcan en casa pasados ya los 30? Cuando no se trata de un tema económico, ¿por qué hay tantos hijos sin independizarse?
¿Es sano que nuestros hijos permanezcan en casa pasados ya los 30? Cuando no se trata de un tema económico, ¿por qué hay tantos hijos sin independizarse?
Ante esas tardías ganas de independencia y teniendo en cuenta las diferencias culturales o económicas entre los países mediterráneos y los anglosajones o nórdicos, lo primero que me viene a la cabeza es el libro El miedo a la libertad, de Erich Fromm", señala el psicoanalista Juan Martínez-Mena de Molina. Un miedo, a veces de independizarse, y a veces de que se independicen.
En muchas ocasiones, porque ha sufrido una sobreprotección por parte de los padres desde que era pequeño. El apego no es positivo ni negativo en sí mismo, pero la forma en que se construye el vínculo padres-hijo sí puede serlo. La sobreprotección (evitar que se hagan daño, no dejar que se equivoquen y arreglen por sí mismos los problemas, etc.) genera inseguridad en el niño ("no puedo hacerlo solo") y, por tanto, acrecienta el miedo a la independencia. Los padres sobreprotectores contagian una serie de cargas emocionales que el niño capta, interpreta y, en consecuencia, interioriza y hace suyas. "Unos padres que transmiten seguridad, confianza, intimidad y afecto, pero sin sobreproteger, dotan a sus hijos de las herramientas necesarias para que tomen sus propias decisiones. Así les será más fácil independizarse cuando llegue el momento", explica Juan Martínez-Mena.
En otras ocasiones, los hijos no abandonan 'el nido' porque se han invertido los roles, y es el hijo quien ejerce el papel de cabeza de familia. Es el caso de padres demasiado mayores, viudos o muy dependientes de los hijos. En estas situaciones, el primer error que cometen los padres es tomar el abandono del hogar de sus hijos como una ruptura o una despedida, en lugar de como una continuidad, una evolución hacia una nueva etapa en la vida familiar.
Cada uno tiene sus propias tesituras que le van a facilitar o complicar la decisión, pero lo principal es tomar la emancipación como una continuidad natural y lógica que dotará a nuestros hijos de una nueva perspectiva de la familia, de la relación con sus padres y de ellos mismos.
Los padres no tienen que ver esa independencia como un acto de rebeldía. Deben evitar adoptar el papel de víctimas y ser conscientes de que ellos también un día abandonaron la casa familiar. Si son manipuladores, el hijo actuará conforme a lo que aprueban o quieren ellos, y esta actitud provocará que prime el miedo a sentirse rechazado frente a su libertad individual. Ni los hijos deben sentirse culpables ante la idea de independizarse, ni los padres pueden culparles por ello. Las relaciones familiares dominantes por parte de los padres solo conducen a la rabia, apatía y dolor del hijo y le provocarán mucha inseguridad no solo ante la necesidad de independizarse, sino también ante cualquier otra decisión en la vida en la que él debería ser el único protagonista.