Esther Cañadas es una de las grandes modelos españolas de los 90. Nuestra Kate Moss.
Soñaba con ser detective privado, y seguro que habrá tenido oportunidad de inspeccionar en los backstages, porque se inició en las pasarelas a unos tempranísimos 15 años. La pantera latina, como la llamaban, con esos ojos felinos, marcando distancia, con esos labios a lo mullido ‘sofá Mae West’ de Dalí, antes y después de ser operados, es una incógnita. Pocas modelos han sabido alejarse y callar como ella, después de haber ocupado tantas portadas. “Allí -haciendo referencia a su actual residencia en la costera ciudad de Puerto Vallarta, en México- se dedica a un proyecto humanitario, pero no puedo contar más”, dijo su agente cuando se supo que iba a ser madre por primera vez. Esther no quiere contar más.
Esther Cañadas nació en Albacete en 1977, pero vivió en Alicante hasta los 14 años, donde -dicen- no era más que una chica delgada y con ojeras. “¡Alemana, alemana, que no eres española!”, le decían, y “¡Zombi!”, por esa tez de nácar que luego muchas codiciarían. “He tenido muchos motes, y aún sigo teniéndolos, pero ninguno me dejó traumatizada”, explicaba en una entrevista en 2004.
De Alicante se marchó a Barcelona, donde estuvo dos años preparándose como modelo. “Con 15 años yo ya sabía que acabaría dejando Alicante. Quería ver mundo y volver cuando fuera mayor. Eso sí, jamás me planteé ser modelo ni salir en las revistas”, afirma de sus inicios. Así que esa chica inquieta convenció a su padre, que se negó al principio y “no lo aceptó nada bien, la verdad”, y colgó los estudios en tercero de BUP. “En este trabajo o lo das todo o no lo das. Aunque no haya ido a la universidad, creo que he acumulado más experiencias que cualquier chica de mi edad”, dijo por entonces. Y vaya si acumuló; experiencias, decimos, porque al principio no veía un duro: todo se le iba en pagar a la agencia de modelos lo que le adelantaban en billetes de avión y alquiler. Así estuvo cuatro años. “La primera vez que cobré un cheque fue con motivo de un trabajo en Miami, y lo invertí en adelantar tres meses de alquiler” (vamos, como todos los mortales que suman con los dedos para llegar a fin de mes).
Pero luego... ¡New York, New York! (y al leerlo tenéis que escuchar al mismísimo Sinatra). Porque en 1997, casi recién afincada en la Gran Manzana, se convirtió en musa del fotógrafo Steven Meisel y la diseñadora Donna Karan la fichó en exclusiva. Y fue en una campaña para la misma firma cuando conoció al modelo holandés Mark Vanderloo. Setenta y dos horas después ya vivían juntos y terminaron casándose en 1999, justo para seguir un año más como pareja. Cómo no, se dijo que el divorcio coincidía con el final de un contrato de la marca con ellos. Siete años después, se casó con el piloto Sete Gibernau. El amor sólo duró un año, en el que estuvo viviendo en Barcelona, para regresar de nuevo -ya divorciada- a la ciudad de los rascacielos. Y se hizo invisible, como un buen detective privado. Porque desde entonces poco se la ha visto, a pesar de su ruptura con el empresario Vikram Chatwal y de ese anillo de 8,5 quilates que le regaló.
Posteriormente en abril de 2007, también se casó con el piloto de MotoGP Sete Gibernau en una masía de Gerona. Sin embargo, un año después de la boda y tras cuatro de convivencia, la pareja decidió finalizar su matrimonio.
En diciembre de 2014 nace su primera hija llamada Galia Santina.