Tita Cervera, la modelo aristócrata

Es la popular baronesa Thyssen, de quien se ha escrito tanto una biografía no autorizada como una serie de televisión (a la que demandó en su día).
Tita Cervera, la modelo aristócrata

Es la popular baronesa Thyssen, de quien se ha escrito tanto una biografía no autorizada como una serie de televisión (a la que demandó en su día).“Yo soy como los cuadros, estoy por encima de todo”, así de claro lo tiene.

Apuntaba maneras. Era espabilada, guapa, con una nariz de flecha -no la de hoy- que parecía indicar su camino: hacia delante, siempre. Contra viento y marea. Y su madre estaba ahí, como un vigía, apuntando, dirigiendo, porque esa belleza podía casarse muy bien, llamar de tú a todas las señoronas del barrio barcelonés de Sarrià, escalar peldaños (esos que nunca logró subir el abuelo en Argentina). “La educó para que fuera el más bello jarrón en los mejores salones”, ha dicho Paola, la hija de Espartaco Santoni.

Su madre, como un vigía... “Tita siempre ha estado guiada por la madre. Lo que quería, en realidad, era que se casara con un millonario”, declaró en el año 2008 un tío de la baronesa, el año en el que se publicó, ay, esa biografía, Carmen Cervera, la baronesa (Temas de Hoy), de sus tormentos.

Y es que no hay derecho. Que una se construya toda una vida intentando escapar de la mediocridad para que luego alguien se atreva a desconchar la imagen que se ha enlucido durante años, y que tan bonita y curiosa quedaba, cual porcelana china...

Porque resulta que Carmen Rosario Soledad Cervera y Fernández de la Guerra nació, sí, en Barcelona en 1946, pero no en el seno de una familia de clase media bien situada, sino trabajadora. Su padre, Enrique Cervera, sí, entendía de circuitos eléctricos, pero no por ser ingeniero, sino por tener un taller mecánico de motos en pleno Ensanche. Y, ay, eso no viste, y menos cuando se abandona a la familia, y la madre, María del Carmen Fernández de la Guerra, saca -sola- adelante a Carmen y a su hermano. El despecho, evidentemente, hace el resto. Y lo mismo sucede con el marquesado de Valladolid del abuelo: un título inexistente. Era agricultor, de Los Arcos (Navarra), donde la (hoy sí) baronesa pasaba los veranos. Otros tiempos: la vergüenza del origen humilde, porque todos lo terminan señalando, como el muñeco del inocente en la espalda, cuando se quiere avanzar.

Y Carmen quería hacerlo. En 1960 se presentó al certamen de Miss Cataluña. Se alzó con la corona, y en 1961 con la de Miss España y Miss Europa. También compitió por la de Miss Mundo; esa no se la llevó, pero sí la devoción alocada de un multimillonario argentino afincado en Lausana (la llamaba por teléfono, le enviaba flores...). Su madre intercedió para que lo conociera. Le pidió matrimonio; ella lo rechazó, pero se quedó en su casa como canguro de sus hijos, algo que figura -dicen- en su currículo como una estancia larga en Suiza perfeccionando idiomas. La misma opereta. Y lo que son las cosas: él le regaló un anillo cuando le pidió matrimonio por el que luego la denunció. “Me lo regaló, pero el mismo día me obligó a que se lo devolviera porque me negué a casarame con él. Yo me resistí, un regalo no debe devolverse”, dijo.

En 1965, coincidió en un avión con el actor Lex Barker, que había hecho de Tarzán en su juventud. Su madre le insistió para que le pidiera un autógrafo. Esta vez sí acabó en boda. Y duró 10 años, hasta que conoció a Espartaco Santoni. Pero ahí comienza otra historia. Otra Carmen.

“Yo soy como los cuadros, estoy por encima de todo”.

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