Hay cientos de miles de microorganismos en nuestro baño, pero son inofensivos. Tener el baño “sano” significa mantener a raya a las bacterias que sí pueden ser dañinas. Las más comunes son los intestinales, como el E. coli, el Norovirus, la Salmonella o las Campylobacter, que pueden provocar diarreas, gastroenteritis, infecciones urinarias, etc. Los trasmiten personas infectadas o, simplemente, portadores sin síntomas. También son fácilmente contagiables las bacterias de resfriados y gripes. La vía rápida para pasarlos, en ambos casos, son las manos sucias. Ten especial cuidado con estos focos de contaminación:
El inodoro...
Según el organismo internacional Higyene Council, la tapa del váter es de los lugares más limpios de la casa, precisamente porque pensamos que es el más sucio y lo limpiamos más. ¿El gran nido de bacterias? El botón de la cisterna.
Las bacterias intestinales que hay dentro del retrete pueden saltar por el aire hasta metro y medio a su alrededor. ¿Cómo? A través del vapor que emite al tirar de la cadena. ¿Dónde? A pomos de puertas y cajones e incluso cepillos de dientes. Baja siempre la tapa antes tirar.
Por el motivo anterior, y a causa de las manos sucias, éstos pueden albergar hasta bacterias intestinales, así que lávatelas antes de usarlo, y ¡guárdalo lejos del inodoro!. Como los lugares húmedos favorecen la aparición de gérmenes, mantenlo en vertical -cerdas hacia arriba- y sin tapar; y cámbialo cada 3 meses.
Usa dos diferentes dos diferentes para limpiar y secar. Lávalos cada vez que los uses, mejor a más de 60º y con un detergente que contenga oxígeno activo.
El del lavabo tiene 200 veces más bacterias fecales que el retrete (curiosamente, como una tabla de cortar alimentos -llegan ahí por algunas carnes-), y pueden transmitirse, sencillamente, con salpicaduras. Cada dos semanas, vierte en él un vaso de bicarbonato de sodio, dos de agua hirviendo y uno de vinagre blanco.
La Legionella y las Pseudomonas pueden surgir en lugares con agua estancada como éste, y provocarnos infecciones respiratorias al inhalar el vapor de agua. Cada dos meses, déjala en remojo una noche con vinagre blanco destilado.
- Cepillo 'peludo'. Si no quitas los pelos del cepillo cada vez que lo usas, se acumulan sus bacterias y los restos de productos capilares. Puede provocar, por ejemplo, foliculitis, un sarpullido en el cuero cabelludo. Déjalo en remojo en agua caliente con jabón una vez por semana.
- ‘Agüilla' en la jabonera. Los microbios intestinales y de la piel sobreviven en estos estanques húmedos. De tus manos pueden pasar a las de otro, y después a la boca, etc. Pásate al jabón líquido o compra una jabonera plana.
- Moho en las esquinas y en las juntas de la pared. Sus esporas son muy persistentes y pueden dar asma o alergia.
Las bacterias, invisibles pero omnipresentes, acechan en cada rincón, recordándonos la importancia de mantener la limpieza con la seriedad que merece. Y aunque las superficies puedan parecer inofensivas a simple vista, la realidad es que en cada esquina y recoveco, microorganismos invisibles encuentran refugio. En este contexto, la limpieza adquiere un protagonismo crucial, no solo por una cuestión estética, sino como un acto fundamental para salvaguardar nuestra salud.