“El flamenco se baila con faltas de ortografía, porque, cuando se aprende, el error es la oportunidad de reinventarlo”.
Sus ojos de felino bailan al compás de sus pies. Embruja con ellos. Lo sabe. Y por eso mira de frente. Sin esquivar las miradas de quienes la observan, buscando su complicidad, ganándoselos como nos vence el amor: sólo nos damos cuenta cuando ya estamos completamente perdidos, eclipsados por su desgarro. Sin posible absolución, enamorados de nuestra propia condena, del error, de nuestra falta de ortografía.
Esta mujer que parece salir de un cuadro de Julio Romero de Torres y que comenzó a bailar a los ocho años ha mamado el baile, literalmente. Su madre, la bailaora Concha Baras, ha sido su primera maestra y su mentora, hasta tal punto -como ella misma ha reconocido- que dejó su compañía porque muchas veces la necesitaba a su lado. “Ha sido mi primera y más importante maestra. Su opinión, su consejo y su punto de vista siguen influyendo muchísimo en mí”, dice.
Sara Pereyra Baras, con sus ojos de felino, nació en Cádiz en 1971, pero comenzó sus estudios de flamenco en San Fernando, donde su madre tenía su compañía.
Tras ganar el concurso de TVE Gente Joven a los 24 años, se incorporó a la compañía de Manuel Morao y comenzó a codearse con los grandes del flamenco, cantaores y bailaores: Antonio Canales, Paco Peña, Enrique Morente, Javier Barón, Merche Esmeralda... “Todos y cada uno de los artistas con los que he trabajado han dejado una huella en mí. Y puede que esa huella sea la diferencia”, explica refiriéndose a cómo aprovecha el saber y la experiencia acumulados de los demás para su propia evolución: “Hay que mirar atrás, con respeto, con admiración, con humildad... Todo está inventado ya, sólo que hay formas de plantear los trabajos de una forma diferente. La única forma de evolucionar es estudiar a los clásicos”, dice (y casi parece que hablamos con Borges).
En 1997 creó su propia compañía, que presentó en el Festival del Cante de las Minas. Pero el gran éxito le llegaría en el año 2000, con Juana la Loca. Vivir por amor, cuya coreografía dirigió por completo: en tan sólo dos años llegó a las 450 representaciones.
Un triunfo muy similar al que obtuvo en 2002 con Mariana Pineda, basado en textos de García Lorca. “Lorca es flamenco. Es pasión y sentimiento. El flamenco, al final de todo, se puede describir como un arte que abarca la pasión y el sentimiento en su estado más puro”, afirma quien ha bailado en la casa cuna del poeta canciones de Chavela Vargas.
Juana la Loca, embriagada en su locura, Mariana Pineda defendiendo la libertad, la Constitución de Cádiz, La Pepa (otro de sus espectáculos)... Todas mujeres taconeando igualdad. “¡Cómo las adoro!”, dice.
Cuando le concedieron el Premio Nacional de Danza en 2003, dijo: “Al día siguiente, casi tenía miedo de bailar, me daba la sensación de que si me salía mal... tendría que renunciar a él”. Dejó de bailar durante un año y medio para ser madre. “Me ha ayudado a bailar mejor y a ser mejor persona”, dice al respecto. Y sonríe con su mirada felina. Y nos atrapa, ya decimos, como el amor y la locura.