Cada verano sucede lo mismo. Da igual si te vas de vacaciones en junio, julio, agosto o septiembre. Volvemos a casa y tenemos que tirar con lo que tenemos en la nevera. Lógicamente, esto sucede porque no nos ha dado tiempo a hacer la compra. Pero cuidado, porque puede ser más peligroso para tu salud de lo que parece.
Con el paso del tiempo, los alimentos se deterioran, si tan siquiera haber cumplido la fecha de caducidad. Frutas, verduras, legumbres, huevos, leche o carne, son algunos de los restos que nos quedan desde antes de irnos y que debemos saber comprobar su estado para evitar el riesgo de intoxicarnos.
En primer lugar, es algo obvio, hay que mirar la fecha de caducidad. Una vez vencida no tenemos ni que contemplar su consumo. Ya sabes, mejor prevenir que curar. Sin embargo, hay veces que no se ha cumplido y hay pequeñas grietas o roturas del envase que aceleran su deterioro natural. Por ello, la fecha es una garantía a medias.
Para cualquier alimento es esencial fijarse en su apariencia (manchas, moho, hinchazón…) y olor, aparte de verificar su fecha de caducidad y realizar buenas prácticas de almacenamiento. Si existe una mínima duda, mejor desecharlo.
Los huevos es otro de los casos de alimentos que se quedan en la nevera meses sin que nos demos cuenta. Para reconocer si están en mal estado, podemos hacer varias cosas: abrir la cáscara para comprobar si huele mal; chequear que la clara no está acuosa o ponerlo en un vaso de agua y comprobar que no se hunde.
El congelador también tiene sus riesgos, por más que nos cueste creerlo. El hecho de meter en él carne o pescado mucho tiempo no nos garantiza su conservación total. Hay veces que se nos escapa un corte de luz durante nuestra ausencia que haya descongelado (parcialmente) el alimento. Para ello debemos comprobar que el envase en el que lo guardamos está seco y sin líquido, circunstancia que indicaría que se ha descongelado.