Símbolo de victoria y vida eterna, como la protección maternal que ha ofrecido a la ciudad durante siglos. Este vínculo entre la Virgen y la comunidad gaditana nació de un episodio extraordinario que marcó para siempre la historia local.
El milagro que detuvo el mar
El 1 de noviembre de 1755, un devastador terremoto en Lisboa generó un tsunami que amenazaba con arrasar las costas de Cádiz. Las olas gigantescas avanzaban implacables hacia la ciudad, sembrando el pánico entre sus habitantes. En ese crítico momento, el fraile Bernardo de Cádiz y el párroco Francisco Macías organizaron una procesión desde la Iglesia de la Viña. Portaban un estandarte con la imagen de la Virgen de la Palma y un crucifijo, mientras clamaban con fe por la protección divina.
Cuando la procesión llegó al límite de las aguas, el fraile Bernardo alzó el estandarte y exclamó: “¡Hasta aquí, Madre mía!”. Según la tradición, el mar se detuvo milagrosamente, retrocediendo y salvando a Cádiz de la destrucción. Este acto de fe y el aparente milagro consolidaron la devoción a Nuestra Señora de la Palma como protectora de la ciudad.

Una imagen de paz y majestuosidad
La representación de Nuestra Señora de la Palma es una obra barroca del siglo XVII que destaca por su belleza y serenidad. Su rostro transmite una paz maternal que inspira confianza y consuelo, mientras que su manto y saya, ricamente bordados en oro y seda, reflejan la majestuosidad de la Reina del Cielo. Esta imagen, custodiada en la Iglesia de la Viña, se ha convertido en un símbolo espiritual para Cádiz y sus habitantes.
Celebraciones y legado de esperanza
Cada 1 de noviembre, en memoria del milagro de 1755, la ciudad de Cádiz se viste de gala para honrar a su patrona. La procesión de Nuestra Señora de la Palma recorre las calles del casco antiguo, acompañada por miles de fieles que renuevan su fe y gratitud. Esta festividad no solo conmemora un hecho histórico, sino que también reafirma el poder de la fe y la unidad comunitaria.
La devoción a Nuestra Señora de la Palma trasciende las fronteras de la ciudad. En un mundo lleno de desafíos, su figura continúa siendo un faro de esperanza, un refugio en las tormentas de la vida y un recordatorio del amor protector de la Virgen María. Cádiz, a través de su patrona, encuentra fuerza para afrontar el futuro con fe renovada.
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