Coger objetos, poder comer por sí mismos o realizar las tareas más cotidianas son algunas de las sencillas pero muy importantes tareas que las personas con problemas de movilidad y dependientes pueden volver a hacer gracias a las prótesis controladas con la mente. Pero el reto ahora es conseguir que estas prótesis realmente sientan lo que tocan, y que estas sensaciones sean transmitidas al cerebro. Básicamente, se trata de restablecer el sentido del tacto allí donde se ha perdido.
Un grupo de bioingenieros de la Universidad de Stanford (California) han dedicado más de una década en la creación de un material que imite la habilidad que tiene la piel humana para sentir, cicatrizar y enviar al cerebro la información sobre el tacto, la temperatura o el dolor.
De esta forma, han diseñado un prototipo de piel artificial que describen en las páginas de la revista Science y que es capaz de detectar cuánto la están presionando (podría distinguir, por ejemplo, entre un apretón de manos firme y otro más suave) y generar una señal eléctrica que envía al cerebro. Esto es, que imita el proceso que el cerebro siente cuando notamos que rozan nuestra piel.
Para ello han utilizado circuitos de materiales orgánicos flexibles, que permiten que el tejido se doble pero no se rompa, y sensores especializados que convierten la presión que reciben de un objeto estático en un impulso eléctrico cuya frecuencia varía en función de la intensidad del estímulo. Para asegurarse de que este estímulo pueda ser reconocido por una neurona, los investigadores se han servido de una técnica desarrollada previamente conocida como optogenética, que combina la genética y la óptica. Este sistema de mecanorrecepción tiene dos capas: en la primera estaría la parte sensorial, la que nota la presión ejercida; y en la de abajo, el circuito que transporta los impulsos eléctricos y los hace llegar al cerebro.
Alex Chortos, uno de los investigadores que han participado en el desarrollo de este "reemplazamiento electrónico para la piel", como él prefiere llamarlo, explica que lo que hace único a este sensor es que "comunica la información sobre la presión de la misma forma en la que se comunica el cuerpo", lo que significa que "se podría añadir nuestro sensor a elementos como una prótesis de mano, y que ésta fuera capaz de comunicarse con el cerebro".
En opinión de Lars Montelius, director general del Laboratorio Ibérico Internacional de Nanotecnología (INL), la tecnología que presentan sus colegas de Stanford "tiene numerosas ventajas respecto a sus predecesoras". Para él, este trabajo es "un importante paso adelante" para varias aplicaciones, especialmente para que las prótesis sean capaces de "proporcionar una retroalimentación sensorial a través del sistema nervioso, lo que puede dar lugar a la posibilidad de desarrollar una prótesis totalmente controlada por el individuo a nivel motórico y sensorial".
Aunque lo conseguido parece prometedor, lo cierto es que por el momento es una prueba de concepto que todavía no se ha probado en personas, únicamente en ratones. No obstante, según apunta Chortos, "puede que no esté demasiado lejos el momento de hacer pruebas preliminares en humanos". Para ello, apunta el investigador, "necesitamos actualizar varias de nuestras tecnologías para que esta piel pueda ser utilizada en el día a día".