Aunque en nuestro país no existe un registro oficial de pacientes, se estima que entre 84.000 y 120.000 personas padecen una enfermedad inflamatoria intestinal, de las que el 42% tiene la enfermedad de Crohn.
De hecho, hace poco se publicó un estudio que reveló, por primera vez, cuál era la incidencia real de la enfermedad inflamatoria intestinal en nuestro país, que sería de 16 casos por cada 100.000 habitantes al año. De estos, al menos 7,5 casos tendrían relación con la enfermedad de Crohn, y 8 para la colitis ulcerosa.
La enfermedad de Crohn es una enfermedad inflamatoria intestinal crónica, que puede acabar afectando a todo el tracto digestivo, desde la boca hasta el ano. Muy a menudo, esta enfermedad afecta la parte terminal del intestino delgado que conecta el estómago con el colon, y el ano.

Una de sus principales características es que empeora en diferentes períodos, lo que resulta en una alternancia: fases de actividad de diversa intensidad y duración, y fases sin síntomas (que se conoce como remisión).
Por el momento, los mecanismos de aparición de la enfermedad de Crohn todavía no son bien conocidos, pero sí se sabe que implican factores genéticos, inmunológicos y ambientales. Por ejemplo, se han identificado distintos genes que predisponen a una determinada persona a padecer la enfermedad; mientras que ciertas mutaciones genéticas aumentan el riesgo de que ocurra.
Pero un desequilibrio entre el sistema inmunitario y la microbiota intestinal puede hacer que nuestro cuerpo reaccione anormalmente contra las bacterias que encontramos habitualmente en el tracto digestivo, y que en la mayoría de las ocasiones no tienden a causar problemas. Esto origina la inflamación de la pared intestinal, tan común en la enfermedad de Crohn.
Aunque todavía no existe un tratamiento que ayude a curar la enfermedad, los tratamientos actuales sí ayudan a reducir o controlar los síntomas durante largos períodos de tiempo. Existen determinados alimentos que pueden influir de manera negativa en su evolución. Y los lácteos pueden ser muy habituales.
Por qué los lácteos pueden influir negativamente en la enfermedad de Crohn
Los lácteos en general, y particularmente la leche, contienen lactosa, que es un carbohidrato (o azúcar) presente de forma natural en una amplia variedad de productos lácteos, no solo de vaca, sino también de cabra u oveja.
Está compuesto de glucosa y galactosa y es digerido por una enzima llamada lactasa. Cuando esta enzima está ausente o se produce en cantidad insuficiente, hablamos de intolerancia a la lactosa.
Precisamente, es la presencia de la lactosa —y de grasa— en grandes cantidades lo que puede exacerbar los síntomas de enfermedades inflamatorias intestinales como la enfermedad de Crohn, particularmente cuando afecta al intestino delgado. Y se ha descubierto que la intolerancia a la lactosa es mucho más común en las personas con enfermedad de Crohn.

¿Deberíamos eliminar la leche cuando tenemos enfermedad de Crohn?
En ocasiones, la enfermedad de Crohn va unida a una intolerancia a la lactosa que agrava los problemas de diarrea o de dolor abdominal. Cuando este es el caso, si se dejan de tomar lácteos, es posible que esos síntomas mejoren.
De acuerdo a los especialistas, si creemos que la leche está empeorando los síntomas, podemos intentar eliminarla durante dos semanas y comprobar si los síntomas mejoran. Si mejoran, hay que tener en cuenta que no todas las alternativas vegetales a la leche son buenas opciones, de forma que lo recomendable es consultar con un dietista o un médico acerca de reducir la leche de vaca a largo plazo, especialmente antes de hacer la transición.
Por ejemplo, la bebida vegetal de soja puede causar hinchazón y gases, mientras que las bebidas de arroz o de almendras pueden contener, a menudo, muchos azúcares añadidos. De ahí que la leche de vaca sin lactosa se convierta en la mejor opción nutricional para la mayoría de las personas con intolerancia a la lactosa.
En cuanto al resto de los alimentos, los más indicados para este trastorno intestinal son los alimentos ricos en omega 3, los pescados y carnes blancos, las manzanas, el brócoli, la calabaza y la zanahoria, entre otros. Además, es aconsejable beber mucha agua.