Una frecuencia de resonancia perfecta tiene la capacidad de cambiar nuestro estado físico, emocional o mental. Cada uno de nosotros tenemos nuestro propio sonido, nota o música que nos ayuda a armonizarnos y que está íntimamente relacionado con nuestra propia frecuencia personal.
Cada cuerpo, por pequeño o grande que sea, emite sonidos que engendran una vibración, una masa de energía que viaja por el aura (campo energético de luz que rodea los cuerpos vivos), por la nuestra propia y por las del mundo, constituyendo así la gran sinfonía cósmica en la que todos interactuamos pasiva y activamente como intérpretes y compositores a un mismo tiempo.
Ya sea la costumbre de las tribus del Amazonas o de los antiguos indios americanos de tocar tambores para llamar al dios de la lluvia o entonar cánticos para provocar la salida del cuerpo del espíritu maligno; ya sea el canto a Ra de los egipcios o la oración a Mahoma o la plegaria a los Ángeles... lo cierto es que mediante el sonido podemos conseguir cambiar las frecuencias de vibración desarmónicas. Aprender a sintonizar con los sonidos que nos conectan con el Universo (tanto con su sonido como con su silencio), es una experiencia que nos ayudará a valorar más todo lo que nos rodea.
Además, la naturaleza dispone de un gran abanico musical, una gran cantidad de sonidos armoniosos que a menudo escapan a nuestros sentidos. Otros suenan en frecuencias que no son audibles al oído humano y que, sin embargo, pueden percibir fácilmente ciertos animales, como los perros o los gatos. El sonido de las olas del mar o del agua de una cascada puede resultar para unos extremadamente relajante y en cambio crisparles los nervios a otros. Los primeros son capaces de asumir la frecuencia de esas vibraciones, los segundos no vibran en la misma onda y esos sonidos son ruidos para ellos.
La terapia del sonido
La musicoterapia es una disciplina que utiliza las propiedades del sonido y su vibración como terapia para aliviar o curar ciertas disfunciones psicofísicas, tal y como lo hicieran nuestros antepasados. El principio básico de sanación con el sonido es el concepto de resonancia, que es la frecuencia vibratoria de un objeto. Todo el Universo está en estado de vibración y por lo tanto nuestro cuerpo también necesita resonar armónicamente con la naturaleza que nos rodea. Los sonidos armónicos son beneficiosos, los sonidos disgregatorios, los que rompen, pueden llegar a crear patologías importantes si se oyen con frecuencia. De hecho, está comprobado que el ruido provoca agresividad; en cambio, una melodía armoniosa y alegre favorece el optimismo. Los sonidos naturales pertenecen a la clave de Fa y los sonidos artificiales (una sirena o un teléfono) a la clave de La. La frecuencia de resonancia perfecta tiene la capacidad de cambiar nuestro estado físico, emocional o mental.
La aplicación de la terapia del sonido, tal y como lo hemos visto, tiene sus raíces en la Antigüedad. Los médicos egipcios utilizaban notas en sus intervenciones quirúrgicas con el fin de activar las endorfinas (hormonas sedantes). Por otra parte, los instrumentos acústicos (cuencos tibetanos, diapasones o el didjiridu...) se utilizan para dar masajes sonoros y reequilibrar los hemisferios cerebrales o estimular los sistemas endocrino e inmunológico.
Durante la Segunda Guerra Mundial, se utilizaba la música en hospitales de campaña cuando no quedaba anestesia y hoy son numerosos los hospitales que utilizan los sonidos para inducir al paciente a cierto estado de inconsciencia antes de operarle. Con los niños, los efectos son sorprendentes, se ha comprobado que con esta terapia necesitan dosis inferiores de anestesia. La música se utiliza también en las salas de partos para favorecer los alumbramientos, en los tratamientos de enfermedades graves o en terapias de desintoxicación.
Otra clase de sonidos, los suprasonidos o infrasonidos, creados artificialmente, se utilizan en centros hospitalarios para deshacer cálculos biliares y renales. Los efectos de la terapia del sonido actúan básicamente sobre el desarrollo de la personalidad, sobre las emociones e incide en la recarga energética del individuo y, por tanto, en una mejora de los procesos físicos del organismo.
Una persona estresada o angustiada, triste o depresiva no aceptará los mismos sonidos que una persona sana, alegre o expansiva. Es por lo tanto muy importante saber qué escuchar y en qué momento hacerlo.
El sonido de agua corriendo calma a una persona estresada o agresiva, el de los latidos del corazón ayudará a alguien desubicado o perdido; escuchar la propia respiración activa estados de conciencia alfa y ayuda a relajarse y rebajar la agitación interior, el crepitar de las llamas activa inconscientemente la voluntad, el dominio de las emociones y el sonido del aire estimula la creatividad.
Los antiguos se basaron en los sonidos de la naturaleza y en los de su propio cuerpo para fabricar los primeros instrumentos. Si golpeamos con las palmas de las manos distintas partes de nuestro cuerpo, comprobamos cómo los sonidos cambian de ritmo y vibración. Pero el ser humano posee una extensa gama de sonidos además de los de su propio organismo, los de su voz. Se sabe que los esenios, antigua comunidad de profetas hebreos, discípulos de Moisés, empleaban los sonidos para curar. Se les conocía como ‘los hombres de la voz de leche’ por conocer el valor de los sonidos, su intensidad y vibración. Recitaban mantras y oraciones para curar a los enfermos y eran capaces de emitir distintos sonidos para sintonizar con el órgano enfermo del paciente y lograr reequilibrarlo.
El canto de armónicos es una técnica que está resurgiendo con fuerza. Proviene de Asia Central y fue practicada asiduamente por las razas mongoles y los tuvanos. Se trata de un canto que consiste en cantar simultáneamente varias notas musicales con la propia voz, para ponerse en resonancia con el espíritu de la naturaleza imitando sonidos diversos, como los de los animales, el viento, los pájaros. Son sonidos puros que suenan como flautas por encima de la voz del cantor y esta técnica tiene un resultado extraordinario en las terapias de sanación física y de estados depresivos. Los lamas del Tíbet utilizan los armónicos para entonar sus oraciones. Son los llamados ‘cantos de la voz grave’. Con ellos emiten ondas sonoras muy poderosas capaces de desencadenar procesos vibratorios de efectos importantes en la naturaleza humana.
El hombre desde la época primitiva utiliza el sonido y sus propiedades expansivas para transmitir mensajes, desde la palabra a la percusión, con los cánticos o las plegarias... Es el valor del sonido como forma de expresión. Los sabios del Antiguo Egipto, de la Babilonia ancestral o de la Grecia Antigua, estudiaron detenidamente los efectos de los sonidos en el comportamiento de la naturaleza y de los hombres y descubrieron que provocaba un estado de armonía general. Quizá por eso los egipcios utilizaban sonidos musicales para motivar a los esclavos en la construcción de las pirámides o para acelerar los trances místicos en los rituales. La lira de siete cuerdas del mítico Orfeo de Grecia estaba afinada al compás vibratorio de los siete astros descubiertos hasta entonces, el Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno (cada planeta tiene su nota). Dicen las crónicas que los sonidos que emitía Orfeo provocaban estados alterados de conciencia. No obstante, fueron los filósofos Pitágoras y Platón los que concluyeron que los sonidos (y la música en concreto) son composiciones geométricas y, por lo tanto, dotadas de estructura matemática. Pitágoras aseguraba que hay una música (a la que él llamó ‘sinfonía de las esferas’) que cohesiona la materia y que si dejara de sonar el mundo se vendría abajo. De sus teorías se derivan los posteriores postulados que aseguran que cada cuerpo tiene su nota y que existe una frecuencia vibratoria para cada ente vivo, desde el átomo a las galaxias pasando por el ser humano.
Los legados de la cultura Zen y de la Antigua Persia enriquecen las claves del conocimiento acerca de la importancia y utilización de los sonidos. La India también es fuente inagotable de saber de la armonía sonora. En la India, el místico hindú Sivananda dijo que la expresión del sonido (la música) viaja a través del Universo y se polariza mediante la vibración que atrae un cuerpo a otro por magnetismo. Si se consigue dar con la nota adecuada, se puede conseguir sanar un cuerpo enfermo. Por eso, los hindúes suelen utilizar el sonido y su vibración como elementos de autorrealización y liberación del espíritu y el cuerpo.
La tradición judeo-cristiana aboga por la concepción del mundo mediante el Verbo Divino. Dicen que Jesucristo y los apóstoles (esenios en su mayoría) tenían el don de curar mediante oraciones, activando diferentes frecuencias del organismo con efectos terapéuticos sorprendentes.
Lira: instrumento de atribuciones mágicas y de sonido celestial inmortalizada en la leyenda de Orfeo.
Arpa: evoca las cascadas sonoras que a modo de puente conectan lo terrenal y lo celestial.
Campana: todas en sus diversas variedades son despertadoras de la conciencia. Es por ello que se utilizan como convocadoras religiosas. Las campanas tibetanas inducen a la introspección.
Cítara: instrumento hindú de sonido inconfundible que tiene propiedades sedativas y es activador de la conciencia para alcanzar estados espirituales superiores.
Flauta: instrumento de aire que tiene el valor de transportarnos suavemente al viaje celestial a la morada de lo eterno.
Gaita: Instrumento celta que induce los estados de exaltación, por lo que se emplea contra la depresión. Se dice que la utilizaban los gaiteros en los campos de batalla para dar valor a los guerreros.
Tambor: instrumento de percusión que transporta la mente a otros planos de conciencia. Las tribus africanas aún los utilizan hoy en día para fortalecer el espíritu y hacerlo más resistente frente a las pruebas de la vida.
Violín, violonchelo y oboe: son instrumentos clásicos de clara inspiración divina, que tienen la capacidad de transportar al oyente a planos de conciencia más armoniosos, estructurados y más sólidos.