Cada vez hay más concienciación acerca del impacto que la acción humana puede tener sobre el medio ambiente. Por eso cada vez nos duele más comprar ciertos productos, como el agua mineral, sobre todo porque se vende en envases de plástico que desechamos una vez que nos bebemos el contenido. Es uno de los motivos por los que tratamos de aprovechar esas botellas al máximo. Aunque no es el único. En otras ocasiones rellenamos las botellas simplemente para no tener que comprar otras.

En muchas de ellas se muestra una recomendación que nos invita a no rellenarlas, pero ¿a qué se debe? Muchas personas piensan que los fabricantes lo hacen para vender más. Pero en realidad hay varios motivos que justifican ese mensaje.
Evitar accidentes
La primera razón por la que se desaconseja rellenar las botellas es para evitar accidentes. Hay personas que utilizan estas botellas para almacenar sustancias tóxicas, como lejía o detergentes incoloros. Esta imprudencia puede hacer que alguien ingiera ese contenido por error, pensando que es agua, poniendo así en grave riesgo su salud.
Esto puede suceder sobre todo si no las almacenamos en un lugar específicamente reservado para ese tipo de sustancias y si no indicamos en las botellas que el contenido es peligroso. Pero incluso aunque tomemos esas precauciones, podrían producirse accidentes. Parece una simpleza, pero todos los años ocurre alguna tragedia por esta causa.
Además, si utilizamos una botella para esos fines, pueden quedar restos de esas sustancias tóxicas, incluso aunque estén vacías y las hayamos aclarado porque el plástico es poroso, así que eso también puede suponer un riesgo para la salud.
Así pues, lo recomendable es, en primer lugar, no llenar las botellas de agua con sustancias tóxicas.
A diferencia de lo que ocurre con el agua del grifo, el agua mineral no contiene cloro. Eso significa que, una vez que abrimos la botella, puede contaminarse con bacterias u otros microorganismos potencialmente patógenos. Esto puede ocurrir sobre todo si bebemos directamente de la botella, ya que las bacterias de nuestra boca pueden pasar al agua. Así, pueden reproducirse en el líquido y aumentar en número hasta alcanzar una gran cantidad, capaz de poner nuestra salud en riesgo.
La probabilidad de que se produzca ese crecimiento aumenta con la temperatura y con el tiempo. Por ejemplo, si bebemos toda el agua en cuanto abrimos la botella por primera vez, ese riesgo es casi nulo, pero si una vez abierta, la dejamos a medias y a temperatura ambiente durante varios días, el riesgo se multiplica.
Ese crecimiento de bacterias también se puede producir en el interior de la botella una vez que está vacía, ya que aún queda algo de humedad o incluso pequeñas gotas de agua, suficientes para favorecer ese fenómeno.

Quizá se nos puede ocurrir lavar la botella para poder reutilizarla sin el riesgo de que haya bacterias. Esto podría ser una posible solución en casos de necesidad, pero en condiciones normales no es buena idea.
Y es que es muy difícil eliminar las bacterias una vez que han crecido en el interior de una botella de plástico, no solo por los recovecos que esta pueda tener, sino sobre todo porque esos microorganismos forman biofilms, es decir, una especie de capa mucosa con la que se protegen y que es tremendamente difícil de eliminar.
Las botellas de plástico que se utilizan para comercializar el agua están pensadas para un solo uso. Si las utilizamos muchas veces, el material se va deteriorando, así que se forman pequeñas grietas o irregularidades donde se pueden ir acumulando microorganismos y suciedad. Además, el material puede ceder al agua parte de los compuestos que lo constituyen, aportando mal sabor (“a plástico”).
Teniendo en cuenta todo lo que acabamos de comentar, lo recomendable es no reutilizar las botellas de agua. Si aún así queremos hacerlo, deberíamos al menos desecharlas tras unos pocos usos (cuanto menos, mejor) y tener precauciones para evitar los riesgos que hemos mencionado (evitar rellenar con otras sustancias y mantenerlas limpias).
En cualquier caso, la mejor opción, por barata y sostenible, es sin duda el agua del grifo, siempre que sea posible elegirla.