Sal rosa del himalaya, ¿es tan buena como dicen?

De moda el el último lustro, se trata de una sal mucho más cara que la natural. ¿Esta justificada la diferencia de precio?
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De la mina de sal de Khewra, en Pakistán, una de las más grandes de sal de todo el mundo, salen unos peculiares cristales rosados antes de ser molidos que dan nombre a un producto de moda desde hace algunos años, la sal rosa del  Himalaya. 

Antes de profundizar en si es tan buena como la pintan o no y si existen diferencias suficientes como para justificar no solo su fama, sino también la diferencia de precio con una sal natural “normal”, hay que decir que la mina de sal de la que procede no está en la cordillera del Himalaya. Si cerca, pero no en ella, por lo que no debemos pensar en una sal que se obtiene en algún lugar recóndito de montaña de difícil acceso. No es así. 

Sal rosa del himalaya vs sal común

Compuesta en un 98% por cloruro sódico, desde que una investigación de hace un lustro puso en valor todos sus componentes minerales (magnesio, calcio, potasio, azufre y flúor), la sal rosa del Himalaya se hizo viral, literalmente. Tanto es así que raro será quien no haya recibido un obsequio de esta sal acompañado por algún comentario positivo hacia ella, poniendo en valor su calidad y sus beneficios en comparación con las sales convencionales. 

Sin embargo, de un tiempo a esta parte, los divulgadores especializados en alimentación vienen advirtiendo de que esta sal no es mejor que una sal natural común. Algunos incluso denuncian su diferencia de precio: “de 5 a 21 veces más cara”, advierte el dietista-nutricionista Enrique Corral, dato que se puede comprobar en cualquier supermercado online donde se vendan los dos tipos de sales. Por ejemplo, en este: 3,75 euros el kilo de sal rosa del  Himalaya y 0,69 euros el kilo  de sal natural, 1,40 euros si es ecológica. 

Corral explica que la sal rosa del Himalaya no es más saludable, no es más baja en sodio y ni siquiera todas contienen yodo.  “La gran mayoría de estas sales rosadas no están enriquecidas con yodo, elemento que es esencial para el correcto funcionamiento de la tiroides, a diferencia de la sal común que en su proceso se le es añadido”, explica el experto, que recomienda, en todo caso siempre de forma moderada, el consumo de sal natural. “¿Quieres consumir sal rosa? Adelante, solo ten en cuenta que no es más saludable, tiene prácticamente la misma cantidad de sodio, puede no estar enriquecida con yodo y es muchísimo más cara”, concluye.

Ni siquiera el color rosa, por mucho que estéticamente resulte atractivo, indica que esta sal sea mejor que la blanca. Como bien explica el tecnólogo de alimentos Miguel Ángel Lurueña, “el color no confiere necesariamente ninguna propiedad especial a los alimentos”.

Sal natural no es lo mismo que sal refinada

Una vez desmontado el mito de que la sal rosa del Himalaya, que ni siquiera es de dicha cordillera, es mejor que la sal blanca, conviene recordar que tampoco es lo mismo la sal natural con la que hemos comparado a esta que la sal refinada. 

Dentro de las sales naturales, apunta Lurueña en su web de divulgación Gominolas de Petróleo, se pueden diferenciar la sal marina, que procede de la evaporación del agua del mar y se comercializa de distintas formas a su vez; la sal de manantial, procedentes de manantiales salinos; y la sal gema, que procede de yacimientos salinos naturales. “Es decir, de minas de sal; lugares donde anteriormente hubo mar y hoy ya no lo hay y sólo queda la sal. En este caso la sal se extrae habitualmente con agua inyectada, o bien, pulverizando el mineral”, expone el escritor y experto en alimentación. 

Ninguna de las sales descritas es refinada, que “se obtiene a partir del procesado de alguna de las sales anteriores”, afirma Miguel Ángel Lurueña. Dicho proceso implica someter a la sal a un lavado con agua salada o disolverla en agua para que luego cristalice. “Estas operaciones se realizan principalmente para retirar sales de calcio y magnesio que pueden otorgar a la sal un color grisáceo y un sabor amargo, y para poder obtener un producto con una mayor proporción de cloruro sódico”, expone el tecnólogo de los alimentos. “Una vez hecho esto, la sal se somete a varias operaciones más: secado, para reducir la humedad; triturado, en el caso de que se desee obtener un tamaño de grano más pequeño; y clasificación en función de dicho tamaño. Además se pueden añadir diferentes aditivos autorizados que evitan que la sal se apelmace por efecto de la humedad”, añade. Estos aditivos, lógicamente, están autorizados para el consumo humano en las cantidades en las que se utilizan en las sales refinadas, de ahí que estas se puedan comercializar. 

Esto ocurre con distintas nomenclaturas en función de la composición: sal de mesa, sal de cocina, sal vacuum o sales especiales, entre las que se incluyen las enriquecidas en flúor o yodo, mineral al que hacía referencia en su comparativa con la sal rosa del Himalaya Enrique Corral. 

A modo de conclusión, Miguel Ángel Lurueña apunta que “Desde el punto de vista nutricional no existen diferencias significativas entre los diferentes tipos de sal, ya que todos ellos están constituidos básicamente por cloruro sódico y deben consumirse en pequeñas cantidades. Además, los minerales que pueden estar acompañando este compuesto pueden obtenerse a través de la dieta”.

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