Con el calor del verano lo que más apetece es comer alimentos fríos, como gazpachos, frutas o ensaladas. Estas últimas son precisamente unas de las reinas de la época estival porque, además de refrescar, son asequibles y podemos elaborarlas de forma muy rápida y sencilla. De hecho, hoy en día lo tenemos más fácil que nunca porque existen recursos como las ensaladas de bolsa, que se venden listas para consumir.

Por otra parte, el verano es también la época del año en la que se registran más casos de enfermedades transmitidas por los alimentos, como salmonelosis o listeriosis, debido sobre todo a que las altas temperaturas favorecen el desarrollo de las bacterias que las provocan.
Muchas personas piensan que la salmonela y otras bacterias solo se encuentran en los huevos y en otros alimentos de origen animal, pero en realidad estos y otros patógenos pueden estar presentes casi en cualquier alimento; también en lechugas y tomates, sobre todo si no se cultivan o se manipulan adecuadamente.
Para tratar de asegurar la inocuidad de los alimentos, los productores aplican medidas de prevención y de control (por ejemplo, controlar la calidad del agua de riego para que no esté contaminada o realizar análisis microbiológicos para conocer la posible presencia de patógenos).
Pero la seguridad total no existe (por ejemplo, es posible que los controles fallen) y, lo que es más importante, de poco sirve comprar una lechuga inocua si luego no la manipulamos bien, porque podemos contaminarla. Es decir, cuando se trata de asegurar la inocuidad de los alimentos también tenemos nuestra parte de responsabilidad.
A tener en cuenta…
Para decidir si debemos desinfectar o no una lechuga o unos tomates antes de hacer una ensalada, debemos considerar primero algunos detalles, que podríamos resumir en dos puntos: su estado y el nuestro.
En lo que respecta al primer punto, deberíamos preguntarnos, por ejemplo, cómo se encuentran y de dónde proceden esos vegetales, además de otras cuestiones. ¿Están muy sucios? ¿Tienen restos de tierra o insectos? ¿Proceden de un huerto casero donde se han regado con agua de dudosa calidad? En cualquiera de los casos, debemos tener siempre presente que las bacterias no se ven. Es decir, es posible que una lechuga esté aparentemente impoluta, y a pesar de ello, estar contaminada con bacterias capaces de enfermarnos.
En cuanto a nuestro estado, debemos tener en cuenta si nos encontramos en una situación de vulnerabilidad frente a los patógenos que podrían estar presentes en alimentos. Es lo que ocurre con mujeres embarazadas, niños muy pequeños, personas ancianas y personas inmunodeprimidas.
Nunca viene mal desinfectar los vegetales, pero no siempre es imprescindible hacerlo. Cuando indudablemente sí resulta necesario es en las situaciones que acabamos de comentar, es decir, si su estado no es fiable y, sobre todo, si nuestras condiciones particulares así lo requieren.
Para hacerlo, primero debemos lavarlos bien, con agua corriente, bajo el grifo, para retirar la suciedad más visible: restos de tierra, insectos etc. Si es necesario podemos ayudarnos con un cepillo suave para frotar.

El segundo paso sería la desinfección propiamente dicha. Para ello podemos utilizar productos que se venden específicamente para ese fin (por ejemplo, en muchas fruterías), siguiendo las instrucciones del fabricante. Pero es mucho más barato e igual de efectivo utilizar lejía. Para ello debemos asegurarnos antes de que se trata de lejía apta para la desinfección de alimentos, un detalle que debe especificarse en la etiqueta. Esto significa que el producto no contiene detergentes ni perfumes que podrían resultar perjudiciales para la salud por ingestión y que su concentración es adecuada (no es difícil encontrar una lejía con estas características; suele ser la que se comercializa envasada en botellas de color amarillo).
Lo siguiente que debemos hacer es consultar la etiqueta para conocer las instrucciones de uso. En este sentido lo más importante es la cantidad que debemos emplear, que depende de la concentración de la lejía; por ejemplo, en una que contenga un 5% de hipoclorito sódico (que es la concentración más común en la que se encuentra este agente desinfectante), es muy probable que las instrucciones de uso recomienden añadir una cantidad de 4,5 mililitros en tres litros de agua. Luego sumergimos los vegetales durante unos minutos (entre cinco y veinte, dependiendo de las recomendaciones del fabricante) y finalmente aclaramos bien con agua corriente para retirar los posibles restos de lejía.
En la etiqueta de las ensaladas de bolsa se indican las instrucciones de consumo. En casi todas podremos ver que no es necesario lavarlas porque ya han sido lavadas y desinfectadas previamente con agua clorada. Pero sería conveniente que las personas que pertenecen a grupos de riesgo (inmunodeprimidas, embarazadas, niños muy pequeños o ancianos), sí las desinfectaran antes de consumirlas para reducir posibles riesgos.
De este modo podremos disfrutar de las ensaladas sin temor a enfermar.