Ya no podemos decir que los alimentos preparados sean una novedad en los supermercados. La industria de la alimentación ha ido potenciando su oferta a lo largo, especialmente, de su última década. En general, son productos muy poco saludables, pero hay algunos en concreto que nutricionalmente no difieren mucho de comprarlos porque realmente no están procesados como tal ni tienen aditivos, simplemente están tratados para que se conserven frescos hasta su consumo. Es el caso de las bolsas de verduras de hoja verde, de las que se puede encontrar una variedad mayor en las cámaras frigoríficas de los comercios situadas al lado de las verduras y frutas frescas. Parece mentira que puedan conservarse con ese color tan intenso, sin una sola hoja afeada, listas para el consumo hasta que se abra la bolsa. ¿Quieres saber cómo se consigue?
Para entenderlo, nada mejor que pensar en alguna de esas bolsas cuando se queda abierta unas horas en la nevera después de ser usada. La diferencia en comparación del mismo producto comprado fresco, sin manipular, es que estas se estropean a una velocidad mucho mayor. El motivo no es otro que al abrirla, se rompe la atmósfera especial que se crea a nivel industrial cuando se envasan. Precisamente en este, en el envase, y en el frío, están las claves del proceso que da lugar a dicha atmósfera de conservación.
Dicho proceso, tal y como explican los especialistas de Florette en su página web oficial, la marca de origen navarro pionera en producir vegetales frescos envasados, comienza con la recogida nocturna, y ya en la fábrica, además de ser lavados con agua, desinfectados y secados, el producto se enfría a una temperatura entre 1 y 4 grados, que es en la que se conservan las verduras hasta ser consumidas -durante todo el proceso de manipulación en fábrica, traslados y conservación en el punto de venta-. Esta sucesión de pasos es así a grandes rasgos, pero varía mínimamente en función de la especie vegetal, de ahí que entre otras cosas hayamos dado un margen de temperatura al que se enfrían.

Todavía no hemos llegado al “ingrediente secreto”: lo que hay pero no se ve dentro de las bolsas. Pues bien, no tiene truco ni cartón, porque en caso de aplicarse algo a la atmósfera en la que vive el vegetal hasta que lo consumimos, debe ir indicado en la etiqueta con claridad, así que puedes leerlo mañana mismo cuando vayas a hacer la compra si sientes curiosidad por ello. Ni siquiera todos los productos se protegen con alguna fórmula en especial, pero sí es cierto que en algunos casos se utiliza una mezcla de gases con la proporción adecuada -dióxido de carbono, nitrógeno y oxígeno, principalmente- para generar una atmósfera modificada que consigue reducir el riesgo de que aparezcan microorganismos no deseados.

Más allá de la temperatura y del envasado, el otro elemento decisivo en que lleguen tan frescas a nuestras mesas es el tiempo, ya que la vida útil de este tipo de productos, por mucho que la atmósfera especial creada para su conservación los proteja, no va más allá de varios días -nueve aproximadamente-. Por eso, es fundamental que las empresas que producen vegetales embolsados puedan garantizar que un par de días después, aproximadamente, desde que son recogidos, estén listos para que el consumidor los compre, dejando un pequeño margen posterior de al menos un par de días o tres más hasta su fecha de caducidad -en ocasiones más, dependiendo de la marca y de la variedad-, la cual es muy importante respetar para evitar disgustos.
Si lo piensas detenidamente un momento, te darás cuenta de que la conservación no difiere apenas de la de los mismos productos vegetales de hoja verde cuando se compran frescos: limpiar com agua, secar y almacenar en frío dentro de los cajones de la nevera no más de 3 ó 4 días. Es cierto, eso sí, que pueden tener un punto menos de intensidad de sabor las embolsadas, pero siempre será mejor tomarlas que no hacerlo, y en este estilo de vida tan urbano en el cual el tiempo es oro, hay que reconocer el gran invento que son las verduras frescas envasadas.