Son muchos los lácteos que englobamos en la palabra yogur. Sin embargo, llamarlos así es un error común que todos cometemos.
En realidad, muchos productos del mercado no cumplen con los requisitos para ser etiquetados como tal, por lo que aunque estas leches fermentadas puedan parecerse, no obedecen con los estándares para ser considerados de esta familia.
Sin embargo, son muchos los que se preguntan por qué este tema tiene tanta importancia si parecen tan similares. Y es que conocer la verdadera naturaleza del producto que compramos es un asunto crucial.

A primera vista, podrían parecer iguales, pero al realizar una exploración más profunda se revelan distinciones que verdaderamente los separan.
El yogur, sin duda, es uno de los lácteos más conocidos. Este producto se consigue a través de la fermentación de la leche mediante dos bacterias beneficiosas para la salud, Streptococcus thermophilus y Lactobacillus bulgaricus.
Este proceso transforma la lactosa en ácido láctico, lo que otorga a este alimento su característico sabor ácido y su textura suave y cremosa.
Sin embargo, no todos los lácteos se fermentan de la misma manera. En España, contamos con una regulación detallada sobre la calidad específica del yogur.
Esta normativa establece las variedades permitidas, los ingredientes que pueden incluirse y los estándares específicos de composición, por lo que todo lo que no cumpla este requisito será excluido de esta palabra.
Por su parte, la leche fermentada es un término más amplio. Este producto abarca una amplia variedad de lácteos que no necesariamente cumplen con estos estándares.
A diferencia del yogur, este tipo de leche fermentada puede emplear una gama más amplia de cultivos bacterianos, lo que resulta en una mayor diversidad de sabores y texturas.
Entre ellas encontramos opciones como el kéfir, el filmjölk, la kumis, el leben, la mazun, el dahi y el skyr. Estas bebidas fermentadas, que se han vuelto una tendencia en el mundo de la nutrición, ofrecen una alternativa deliciosa y nutritiva a la leche común.
En los últimos años, estos lácteos han ganado popularidad debido a su reputación como alimentos probióticos, que promueven tanto la salud intestinal, como el bienestar general.
Con un creciente interés en la salud digestiva y el estilo de vida saludable, las personas buscan activamente alimentos que favorezcan una microbiota intestinal equilibrada.
Y es aquí donde entran en juego estos conocidos productos. Ambos tipos, ya sea yogur o el resto de leches fermentadas, permiten restablecer la flora intestinal, mejorando nuestra salud digestiva.
Según detallan los nutricionistas, consumir estas bacterias de forma regular fortalece el sistema inmunológico, reduce el riesgo de infecciones gastrointestinales y contribuye a la absorción de nutrientes esenciales.
Sin embargo, recordemos que no todos estos lácteos podrán considerarse yogur. Para que un producto pueda ser etiquetado bajo este término, es necesario que contenga un mínimo de 10.000.000 unidades formadoras de colonias por gramo o mililitro de las bacterias específicas requeridas.
Así que recuerda que, aunque puedan parecer similares, es crucial distinguirlas para asegurarte de qué es lo que estás añadiendo a tu cesta de la compra.