“¿Hay algo en tu dieta que te sienta mal y no sabes lo que es? Realiza una prueba de intolerancias alimentarias de forma rápida y sencilla y averígualo”. Mensajes como este se pueden ver en infinidad de establecimientos repartidos por toda la geografía de nuestro país, así que no es difícil encontrar personas que lo hayan probado. Y no es de extrañar, porque la alimentación y la salud son dos de los temas que más nos preocupan. Cuando nos encontramos mal, por ejemplo, porque pensamos que algo de lo que comemos no nos sienta bien, lo que queremos es encontrar una solución cuanto antes, así que a veces nos dejamos llevar por estos mensajes.

Pero claro, poca gente se atrevería a poner su salud en manos de cualquiera. Si muchas personas acuden a esos establecimientos donde se promocionan métodos como este (herbolarios, tiendas de naturopatía y dietética, etc.) es porque confían en ellos. Y esto ocurre en gran parte porque muchos de estos establecimientos explotan la imagen de “establecimiento sanitario”: el personal viste con bata blanca, utiliza lenguaje pseudocientífico, promociona supuestos remedios para la salud, etc.
¿Seguro que es una intolerancia alimentaria?
En este caso concreto lo que se hace en primer lugar es hacer creer a la persona afectada que su dolencia se debe a una intolerancia a algún alimento; por ejemplo, “si te duele la cabeza es porque no puedes beber leche” o “si te duelen las rodillas es porque te sienta mal el pescado”.
Ni que decir tiene que esto es un disparate. Es cierto que las personas que sufren una intolerancia alimentaria pueden manifestar síntomas de diversa índole (por ejemplo, las personas intolerantes a la lactosa pueden tener dolor abdominal si consumen lácteos, mientras que las personas intolerantes a la histamina pueden sufrir síntomas como dolor de cabeza o fatiga si consumen alimentos ricos en este compuesto, como el atún). Pero eso no es unívoco. Es decir, que nos duela el abdomen no significa que seamos intolerantes a la lactosa, del mismo modo que el hecho de que nos duela la cabeza no significa necesariamente que seamos intolerantes a la histamina. En resumen, achacar nuestras dolencias a una presunta intolerancia alimentaria es un abordaje extremadamente simplista que puede tener nefastas consecuencias.
No es ciencia, sino pseudociencia
Si alguna vez se nos ocurre acudir a uno de estos establecimientos para someternos a un test de este tipo lo que nos encontraremos será una máquina que supuestamente realiza un análisis “por biorresonancia” de forma rápida y sencilla: sólo tenemos que poner las manos sobre unos sensores y al parecer de este modo el aparato es capaz de determinar los alimentos a los que somos intolerantes, de entre una lista de unos doscientos.
Así, la maquinita emite un informe con una lista en la que se detallan los alimentos que supuestamente están detrás de nuestros males y que no deberíamos comer. Por ejemplo: “intolerancia al brócoli, a la manzana, a las nueces y al atún”. La persona encargada del análisis nos dará el diagnóstico pertinente, con una dieta en la que se excluyen esos alimentos que presuntamente nos sientan tan mal y adiós muy buenas. No sin antes abonar la cuantía correspondiente, claro, que puede estar en torno a 100€.

“Pues a mí me funciona”
¿Qué ocurre después? Pues que a muchas personas “les funciona”. No es raro encontrar testimonios del tipo: “pues a mí antes me dolía la cabeza y dejé de comer brócoli, manzana, nueces y atún y ya no me duele”. Y aquí pueden ocurrir dos cosas: la primera, que dé la casualidad de que antes te dolía la cabeza por lo que fuera y que al cabo de un tiempo se te haya pasado, sin más. Del mismo modo que un día empieza a llover porque sí, no porque hayas cantado mal mientras te duchabas, y al día siguiente deja de llover porque sí, no porque hayas rezado a la virgen de Fátima (obviamente estos fenómenos no ocurren “porque sí”, sino por motivos que tienen una explicación científica, pero eso no guarda relación con las causas que a veces les atribuimos).
Lo segundo que puede ocurrir es que realmente sí hubiera un alimento que te sentaba mal y la maquinita haya acertado por casualidad. Por ejemplo, imaginemos que te sentaba mal el atún porque eres intolerante a la histamina, así que al dejar de comerlo, mejoras. El problema es que, como la máquina ha acertado de casualidad, no sabes realmente qué es lo que te ocurre, así que el problema persiste e incluso se puede agravar (por ejemplo, en este caso al ingerir otros alimentos ricos en histamina, como el queso curado). Es decir, realmente no nos ha solucionado nada, sino que nos da una falsa sensación de seguridad.
¿Qué hacemos entonces?
En definitiva, es un error atribuir automáticamente las causas de nuestras dolencias a las intolerancias alimentarias. Además, a día de hoy no existen análisis para determinar intolerancias alimentarias a múltiples alimentos ni de forma simultánea. Si sospechamos que algún alimento de nuestra dieta no nos sienta bien, lo recomendable es acudir a un profesional sanitario de los de verdad: un dietista nutricionista colegiado o un médico.